Pasión por Cádiz

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Cádiz, Andalucía, Spain
AB ORIGINE SEMPER FIDELIS. IN PERPETUAM, SEMPER ET UBIQUEM GADES. QUI POTERS CAPERE, CAPIAT.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Las torres miradores de Cádiz


La torre mirador es un elemento característico y singular de la arquitectura gaditana del siglo XVIII, aunque algunas de ellas fueron construidas un poco antes: El último tercio del XVII. Su función primordial fue la observación del tráfico marítimo, comercial y militar, que entraba y salía de la ciudad por mar.

Eran los comerciantes asentados en Cádiz los que principalmente utilizaban estas atalayas que se hacían construir en las azoteas de sus casas. Desde ellas, controlaban los barcos que esperaban desde las Américas para comerciar con las mercancías que desde allí llegaban. 


De igual forma, las torres se convertían en una seña de identidad de Cádiz, junto a los cañones esquineros, guardacantones y barras de zócalos. Todo ello era lo que más le llamaba la atención a los viajeros que arribaban a la ciudad, cosa que sigue repitiéndose en la actualidad. 

Era la época más próspera de la ciudad, en sus calles se asientan comerciantes de todo tipo y nacionalidad: genoveses, franceses, flamencos, ingleses e irlandeses.

Puede calcularse que, a finales del siglo XVIII, había unas 160 torres de las que en la actualidad, quedan algo más de 130. Aunque, afortunadamente, muchas de ellas están plenamente restauradas y otras aún esperan volver al esplendor de antaño.

Básicamente, hay cuatro tipos de torres miradores, aunque hay excepciones. El tipo "de garita" es la más usual y tiene planta cuadrada. En la parte más alta lleva una pequeña construcción llamada garita, generalmente de planta octogonal. Con pequeños ventanucos y rematada en el techo con una cúpula. En ella se guarecía el vigilante del viento, la lluvia o el sol. 




Otra torre mirador es la llamada "de terraza", la cual era como la anterior descrita pero sin el elemento de la garita. Por lo que la vigilancia se hacía generalmente a la intemperie. Suele estar construida alineada con la esquina de la fachada principal. 





La torre mirador de terraza más conocida es la Torre de Tavira, que era la oficial del puerto de la ciudad desde 1778, sus vigilantes llevaban el registro pormenorizado de todo el tráfico marítimo. 

Esta torre se puede visitar en la actualidad, erigida en el punto más alto de Cádiz (45 m sobre el nivel del mar), dispone de una cámara oscura y una extraordinaria vista de toda la bahía gaditana.

El siguiente estilo a tratar es la "de sillón". Como la anterior, también es de planta cuadrada, con dos o tres alturas, a la que se le suma una más que ocupa la mitad de la superficie de la base de la torre formando una especie de pretil. 

También se vigilaba al descubierto, sin refugio contra el mal tiempo. Era la única que podía tener acceso por una escalera externa. Se llama de sillón porque, de lejos, la figura resultante parecía semejarse a una silla. 

El último diseño de torre mirador más corriente, era la llamada "mixta", que era una mezcla de una garita en la de estilo "de sillón". Así se lograba refugiarse de las inclemencias meteorológicas y a la vez, conseguir algo más de altura. Otras, tenían un cerramiento completo con una montera. 

La excepción a estos estilos está en la llamada "Bella escondida", se trata de una construcción de planta octogonal, alzada en cuatro niveles. Con pilastras, columnas y balcones. Tiene decoración geométrica policromada. Parece tener inspiración mudéjar. Todo ello le da una belleza única, que no puede verse desde ningún punto de la calle. Hay que buscarla en un bonito juego de escondite, entre el resto de edificaciones, a una altura conveniente desde otra torre o azotea.

Otras construcciones curiosas puede ser la llamada "Casa de las cuatro torres", construída por Juan Clat "Fragela", un comerciante nacido en Damasco en 1656, que construyó dicho edificio en la Plaza de Argüelles. Burlando una prohibición que impedía construir una torre mirador por casa, hizo cuatro casas anexas en la misma manzana. Edificando una torre (de garita) en cada esquina.

A su lado, la también espectacular "Casa de las cinco torres", cuya historia está en el enlace de su nombre.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Mis fotos antiguas de Cádiz

Una fotografía antigua de Cádiz, tomada en el comienzo de la Cuesta de las Calesas, junto a las Puertas de Tierra. Mediados de la década de los sesenta del pasado siglo XX.


martes, 22 de octubre de 2019

La Plaza de Candelaria

En la baja Edad Media había en este mismo lugar una ermita, llamada "de los moriscos". En torno a ella, se fundó a finales del siglo XVI el llamado Convento de la Candelaria para la Orden de las Agustinas. 

Durante el gobierno de la Primera República, concretamente en 1873 y siendo alcalde de la ciudad Fermín Salvochea, dicho convento fue derribado no sin polémica ya que el principal motivo que se argumentó era el de su estado ruinoso, aunque parte de la sociedad gaditana de la época, acompañada de los representantes de la iglesia diocesana con el obispo Fray Félix María de Arriate y Llano a la cabeza, lo rebatía incluso con manifestaciones. 

La propiedad del solar, de planta trapezoidal, siguió siendo de la Orden Agustina, hasta que en 1879, siendo alcalde José Morales, el municipio lo adquirió y pasó a ser propiedad pública y destinada a plaza ajardinada. Denominándose Plaza de Castelar en un principio por haber nacido en el número 1 de dicha plaza el político y orador gaditano Emilio Castelar, novelista, escritor y ensayista. Presidió la República Española en septiembre del año 1873. En dicha casa, hay una lápida conmemorativa desde 1904.


Como curiosidad, el Teatro Circo Gaditano tuvo su sede en dicho lugar hasta 1884, año en el que el alcalde José Ramón de Santa Cruz ejecutó su reforma con la planta que conocemos en la actualidad. 

Aunque en el centro de la plaza existía una pequeña fuente ornamental de mármol que fue desplazada a un lateral cuando se erigió en su lugar el monumento a Emilio Castelar. Dicha estatua fue una iniciativa del alcalde de ese momento, Luis José Gómez de Aramburu, realizada por Emilio Barrón y fundida por los Talleres Arias de Madrid en 1905. Fue inaugurado el 5 de octubre de 1906 por otro ilustre político gaditano: Segismundo Moret. 




Bordea la plaza una serie de notables edificios entre los que destacan en el número 6 una muestra única de la llamada "arquitectura del hierro y cristal", actualmente sede de Bienestar Social de la Junta de Andalucía, en sus techos existen frescos al óleo alegóricos a las cuatro estaciones. El edificio que alberga el Café "Royalty", o la llamada "Casa Oviedo" en el número 15, antigua sede del Asilo Gaditano y del Banco de Cádiz, que es un palacete reformado al estilo isabelino por Augusto Pajares en 1875. En la casa que había anteriormente en ese lugar vivió durante años el llamado libertador chileno Bernardo O´Higgins.


Pulsar en las fotos para ampliar. 

miércoles, 11 de septiembre de 2019

El ataque a Cádiz de Nelson y Jervis.

Un ataque menor a Cádiz, que no puede considerarse como asalto, aunque también modificó el tráfico de mercancías en la ciudad, sobre todo el marítimo fue el que la ciudad sufrió, en forma de bloqueo por mar, después de la derrota de la Batalla del Cabo de San Vicente, que fue un combate naval que se desarrolló el 14 de febrero de 1797 frente al cabo de San Vicente, en el extremo occidental de la costa portuguesa del Algarve.

Días después de terminada dicha batalla, el Contraalmirante Horatio Nelson, bombardeó la ciudad, intentando de esta forma obligar a la flota española a salir a enfrentarse nuevamente en combate naval a la escuadra comandada por el Almirante británico John Jervis. Seguidamente, bloquea la Bahía de Cádiz, impidiendo el tráfico marítimo de mercancías y viajeros con el objetivo de ahogar la economía de Cádiz y por ende la del país en una zona de elevada importancia estratégica y económica. 







Bajo el mando del Capitán General del departamento de Cádiz, José de Mazarredo Salazar Muñatones y Gortázar, se organiza la defensa de la ciudad. Contraatacando a las naves británicas con embarcaciones ligeras y lanchas cañoneras, además de la artillería establecida en los diferentes baluartes. 

Fueron capaces de dañar la escuadra que sitiaba la bahía, hasta tal punto que nunca fueron capaces de culminar el asalto de Cádiz tal como ocurrió en 1596 o 1625



A primeros del mes de julio, concretamente del día tres al cinco de julio, la escuadra sitiadora, bombardea la ciudad con el objetivo final de allanar las defensas e intentar un último asalto. 


En un primer bombardeo, se pertrecha el navío británico "Thunder" al mando del Oficial Teniente Gourly, junto a varias cañoneras y navíos ligeros, todos ellos comandados por Horatio Nelson, posicionados frente al Castillo de San Sebastián, comenzaron el cañoneo. Luego se sumaron los navíos "Goliat", "Terpsichore" y el "Fox". Desde la defensa española, se responde con una pequeña flota mandada por el Capitán General Federico Gravina y Nápoli, que es derrotada por los británicos, apresando una lancha al mando del Teniente Juan Tyrason, las víctimas, entre prisioneros y víctimas, superan el centenar. El anochecer y la lucha de la flotilla española impidió la primera tentativa de asalto.

La noche del cinco de julio, Nelson decidió otro ataque a Cádiz, los navíos británicos "Terror", "Strombolo" y de nuevo la nave "Thunder", reforzándolas en segunda línea de fuego los barcos "Terpsichore" y "Emerald", consiguiendo mucho mayor daño en la ciudad y en la escuadra española, sobre todo en aquellos barcos que no consiguieron levar anclas y adentrarse en el saco de la bahía gaditana. 

Las lanchas cañoneras españolas y la artillería de costa, combatieron desigualmente contra la flota de Nelson y mantuvieron a Cádiz libre de otro asalto, logrando también poner fuera de combate varias embarcaciones británicas. 

Pasados estos enfrentamientos, el grueso de la escuadra que sitiaba la ciudad levantó el cerco, "por el viento del este" y partió hacia el Reino Unido. Aunque dejaron barcos bloqueando la bahía con el objetivo de impedir el tráfico marítimo entre España y las colonias de Iberoamérica. 

Los británicos también comenzaron a merodear las plazas americanas españolas con los entonces denominados barcos con patente de corso al servicio de la corona británica.




lunes, 5 de agosto de 2019

Cádiz desde el aire. Verano de 2019.

Un vídeo de la ciudad de Cádiz, tomado desde un helicóptero de la Armada. A finales del mes de julio o principios de agosto de 2019. 

Desconozco el autor del mismo, me gustaría saberlo para poder nombrarlo. Si lo conoces, coméntalo abajo. 





viernes, 5 de julio de 2019

El secreto mejor guardado del Museo de Cádiz

Como aportación extraordinaria en este blog, debido a la importancia del artículo, copio y pego íntegramente un artículo publicado en el "Diario de Cádiz" el día 5 de julio de 2019.  Dicho escrito está firmado por Virginia León. 

https://www.diariodecadiz.es/cadiz/Dama-Cadiz-hombre-sarcofago-masculino-mujer_0_1369963555.html

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La Dama de Cádiz era un hombre y el sarcófago masculino, una mujer.

Dos exdirectores del Museo de Cádiz confirman esta información que nunca se reveló.
Parece que los enterramientos no representaban a los difuntos, sino que dependía de las posibilidades de su uso en el momento que alguien fallecía.

A un año de cumplirse el 40 aniversario del hallazgo sarcófago fenicio femenino se confirma la leyenda de que la Dama de Cádiz, el espectacular enterramiento que fue descubierto en la calle Ruiz de Alda generando una gran revuelo en todo Cádiz, era de un hombre. Nada hacía presagiar aquel 26 de septiembre de 1980 que bajo el bello y sereno rostro esculpido probablemente en el mismo taller que manufacturó el del sarcófago masculino, yacía el esqueleto de un hombre, a juzgar por la robustez de su estructura ósea. 


Así lo anuncia a este medio Antonio Álvarez, a raíz de las declaraciones vertidas hace unos días en un programa de televisión de Onda Cádiz, Zona Historia, que reunió a algunos de los protagonistas que fueron testigos de aquel momento histórico en nuestra ciudad. Entre ellos el entonces director del museo y director de la excavación, Ramón Corzo y el arqueólogo Francisco Blanco.Según sus propias palabras, “me había dedicado a estudiar los restos óseos y el difunto que se enterró era un hombre, con un esqueleto muy robusto”. “En antropología física hay cosas muy dudosas  –añadió–,  pero recuerdo las apófisis mastoides, una especie de manitas que salen del hueso temporal y que articulan el esternocleidomastoideo, que es el músculo que mantiene el cuello en su sitio”.

Así, Antonio Álvarez, entonces arqueólogo colaborador y posteriormente director del Museo, hizo referencia explícita a que “era un gran cuello, la apófisis mastoides era enorme, muy robusta, y esto se veía en todas las inserciones musculares”. Hizo también referencia al “trocante del fémur, en la pelvis, que es donde se inserta el glúteo medio, que indicaba que esa persona tenía una capacidad física extremadamente fuerte. Ningún antropólogo duda del diagnóstico del sexo si no hubiese sido porque el sarcófago tenía en la tapa labrada una señora”, dijo.

Un informe que él mismo elaboró tras la limpieza del sarcófago –que duró un mes– y que también ha confirmado cuarenta años después el que entonces era director de la excavación y del propio Museo de Cádiz, Ramón Corzo. “El estudio de Antonio era bastante claro y, además, lo avalaban y compartían médicos como el catedrático de Historia de la Medicina Antonio Orozco y, después, el presidente de la Academia de Medicina y de la Hispano Americana”. Era tan claro como que los restos del sarcófago masculino pertenecían a una mujer, lanza Corzo.

La sorprendente declaración  también la suscribe el propio Álvarez, que asumió el estudio del esqueleto del sarcófago masculino, que fue hallado casi un siglo antes y del que dedujo que era una mujer. “Podía tratarse de una personalidad robusta en una mujer en el caso del femenino o un hombre delicado, en el del masculino, pero es que en este caso tenemos los dos extremos”.

De hecho, el masculino respondía a una persona con “el cráneo redondito, la apófisis mastoidea pequeña, de modo que cualquier antropólogo físico diría que es una mujer”. Lo que viene a confirmar que “lo importante no eran los sexos esculpidos en la tapa, sino el viaje a la divinidad” de estas importantes personalidades, cuyos ritos funerarios eran dignos de las más altas esferas de la sociedad fenicia. 

¿Por qué no trascendió?

Aquel minucioso estudio que llevó varios meses se realizó justo tras el hallazgo, pero la verdad es que nunca trascendió ni lo ha hecho de forma oficial a la prensa ni a la opinión pública durante estos cuarenta años, más allá de la leyenda que lo aireaba.


Algo que hoy día sorprende teniendo en cuenta el fundamento científico y de estudiosos que lo respaldaban, pero que brevemente saldrá a la luz al hilo de los estudios que están a punto de realizarse en los restos óseos de ambos sarcófagos. Ante esta cuestión Ramón Corzo responde que “entonces no le dimos importancia a este dato, ni hubo ningún interés en no decirlo”.

Narra el experto, que de los cerca de 200 sarcófagos que se conocen y que fueron descubiertos en Sidón “apenas hay estudios antropológicos que yo conozca, así que me inclino a pensar que tenía más que ver con las posibilidades de utilización del sarcófago en el momento que alguien fallecía”. Es decir, “se encargaban y tardaban en llegar, y si fallecía alguien y había un sarcófago disponible, pues se utilizaba”, señala restando importancia a los sorprendentes datos recién revelados.
Por su parte Antonio Álvarez añade que estos sarcófagos no trataban de representar a los difuntos, “sino a un riquísimo elemento de enterramiento”. “Tú lo pedías a Sidón o a un taller local y te llegaba lo que te llegaba”, explica. Hipótesis que toma más fuerza con los dos sarcófagos de Cádiz, pues en ninguno coinciden los sexos esculpidos en la tapa con los del fallecido, por lo que entiende que eso no era lo importante, “sino el propio viaje a la divinidad”.

En cualquier caso, nunca se difundió a las claras esta noticia, y “la realidad es que no hubo ningún interés en no decirlo, más bien no se creyó que fuera destacable en aquellos tiempos”, asegura Ramón Corzo. De hecho, hace mención a momentos que fueron cruciales para la historia de Cádiz, “pues en aquella época se descubrió la escultura de Trajano en Baelo Claudia, el sarcófago fenicio femenino, el Teatro Romano y muchos enterramientos”.

Puede que la verdad hubiera eclipsado el mágico hallazgo en el solar de Ruiz de Alda, cuando el maquinista que tuvo la suerte de toparse con los sillares que cubrían el sarcófago expresó aquello de: “Esta sí que era una mujer guapa”, según contaba a este diario Ramón Corzo al hilo del 30 aniversario del hallazgo. Un descubrimiento sin precedentes en el siglo XX en Cádiz y de gran relevancia a nivel mundial, sólo comparable al de su compañero de viaje en la tierra, en el propio Museo, el del antropoide masculino, descubierto en Punta de Vaca en 1887, y que venía a cerrar la historia ya convertida en leyenda de la anhelada búsqueda de Pelayo Quintero, que nunca la encontró, y que ‘casualmente’ apareció justo debajo de su chalé.

El ‘cambiazo’ del masculino.

Antonio Álvarez no sólo fue la persona encargada de estudiar el esqueleto del hombre de la Dama de Cádiz, sino de la mujer que contenía el sarcófago masculino. Fue entonces testigo de la pérdida y feliz encuentro del esqueleto perteneciente al sarcófago masculino. Él mismo procedió a su vaciado en los años 80, aunque por aquel entonces extrajo del sarcófago un esqueleto que no pertenecía a su verdadero dueño, contó a este medio en un encuentro mantenido por el 125 aniversario de su descubrimiento. 

El origen de la también inaudita anécdota es que “en uno de sus múltiples traslados se produjo la ruptura del cráneo, lo que llevó al cambiazo del esqueleto allá por los años 20”.

No desveló Álvarez el nombre del impulsor de semejante idea, aunque reconoció que un buen día fue analizado y localizado en el Museo el esqueleto del verdadero fenicio originariamente enterrado. “Francisco de las Barras fue el encargado de realizar el estudio antropológico en 1917”, dijo. Si bien este Diario se hizo eco del primer estudio científico del esqueleto a cargo de Manuel Sánchez Navarro en febrero de 1890. Hablaba entonces de un hombre de aproximadamente 1,65 cm, de poca altura y de las altas esferas. 

Casi un siglo más tarde, Álvarez supo que no era un hombre de poca altura, sino una mujer.

martes, 4 de junio de 2019

Mis articulistas preferidos: Moisés Camacho.

La muerte en el Tinte.   Por Moisés Camacho.

Confieso que siento miedo cuando algunas veces de madrugada voy hacia San Francisco desde Mina y no hay nadie en mi camino en el callejón del Tinte. Este miedo es sistemático, porque se me viene a la mente una historia que leí siendo un crío en un libro de Adolfo Vila Valencia sobre la historia de Cádiz.

En el mismo se recogía en sus anexos, un pequeño nomenclátor de la ciudad con las plazas más importantes, y allí hablando del callejón del Tinte, Adolfo Vila Valencia recogía una historia que según cuenta en el libro  había transmitido el famoso escritor, educador, periodista, poeta, jurista y político español, José Joaquín de Mora (Cádiz, 10 de enero de 1783- Madrid, 3 de octubre de 1864).

Sin tener más datos que la propia alusión en el libro de Vila Valencia, y sin haber estudiado la obra de José Joaquín de Mora, queda para mi en el estado de leyenda lo que os voy a relatar siguiendo a Vila Valencia, esperando que algún docto en la materia, o biógrafo del mismo Jose Joaquin de Mora pueda aportar algo más de luz al hecho acaecido, o si así lo fuera, aclarar que se trata de la propia imaginación novelística de tal prolífico gaditano.

Cuenta Vila que en el callejón del Tinte había una puerta por donde entraban al  convento de San Francisco,  los efectos de intendencia o alimentación, refiriéndonos a finales del Siglo XVIII, cuando el convento era mucho más grande y abarcaba hasta la plaza de Mina como huerta y enfermería del mismo. Se veía allí como pórtico de la huerta un arco con una hornacina y en ella una pequeña imagen de Nuestra Señora de los Remedios, que era la advocación del convento. Por ese lugar pasaban día tras día tres jóvenes camino de la diversión.

De repente tras un tiempo recorriendo el mismo lugar, se dieron cuenta que ya llevaba varias noches delante de aquella hornacina una mujer rezando, a la que no lograron ver el rostro. Uno de esos días, les picó tanto la curiosidad que uno de ellos se envalentonó y tras pasar por el lugar decidió volver a hablar con la mujer, ante el miedo de los otros dos que se quedaron esperándolo, pues el camino y la soledad del mismo infundía nada menos que el terror en el cuerpo de aquellos jóvenes adolescentes. De esa manera, el osado se despidió de sus amigos que le esperarían en la entonces Plaza de Loreto, una aventura digna de contar pensaron los tres.

Los otros dos amigos esperaban y esperaban y el tercero no aparecía, por lo que decidieron acudir a ver que ocurría. Al llegar ante la hornacina, encontraron a  su amigo en el suelo, sin vida, sin que a la mujer se le hubiera visto ausentarse por ninguno de los caminos. Fue tal la impresión en los otros dos jóvenes, que pensaban que era la misma Muerte la mujer que se había llevado la vida de su amigo, que uno de ellos decidió ingresar en el mismo convento de los Franciscanos.

El otro de los amigos, por su parte, decidió narrar el impresionante suceso, llegando hasta el conocimiento de Adolfo Vila Valencia. El último de los amigos era, según nos cuenta Vila Valencia, el ya mencionado ilustre escritor y poeta, D. Jose Joaquín de Mora.

Escalofriante leyenda de finales del s.XVIII, que debería ser investigada con un poco más de rigor por quien corresponda.

Yo, sólo un lector de la obra de Vila Valencia, ni crédulo ni incrédulo, aún siento un escalofrío en esas noches en las que tengo que pasar por el callejón del Tinte a solas, mirando hacia todo mi alrededor, evitando de mi vista la presencia de aquella mujer que D. Joaquín de Mora y sus amigos se encontraron rezando.


lunes, 6 de mayo de 2019

El Pozo de la Jara.

Artículo firmado por Ricardo Moreno Criado, publicado en la "Hoja del Lunes", el 1 de enero de 1973, acerca del Pozo de la Jara. 

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Tras la inutilización del acueducto romano que conducía el agua desde las fuentes del Tempul (término de Jerez de la Frontera) a Cádiz y dedicado al carecer esta ciudad de fuentes y manantiales, el abastencimiento de este imprescindible  líquido se hacía de algunos pozos, de los que existían considerable número de ellos, tanto en el interior de la población como en sus extramuros.


De estos pozos adquirió gran celebridad el denominado "de la Jara", nombre que adoptó debido al lugar en que se encontraba situado, que era el "Campo de la Jara", parte de cuyos terrenos ocupa hoy la Plaza de San Antonio. Durante la época a que venimos refiriéndonos -siglo XVI- el "Campo de la Jara" comprendía una amplia superficie de terreno, que se extendía desde las tapias del convento de San Francisco hasta la cerca de Capuchinos. 

La vegetación del lugar era muy exuberante en la que predominaban grandiosos retamales así como matas y arbustos denominados jaras, los que sin duda debieron dar origen  a su denominación. También existían en las inmediaciones del Pozo de la Jara buenas huertas y viñas muy fértiles, a las que ocasionaban grandes perjuicios la arena de la playa que arrastraba el fuerte viento de Levante y las que desaparecieron al ser arrasadas por los invasores ingleses que al mando del Conde de Essex, saquearon la ciudad en 1596.

Agustín Horozco, que conoció el Pozo de la Jara, habla del mismo en su "Historia de Cádiz", en estos términos: 

"Junto al Pozo de la Jara, hay otros, pero ninguno es de agua tan dulce y sabrosa como la de él, que por excelencia es el mejor de esta parte de la Isla y de donde comúnmente bebe toda la gente. Es de agua saludable y clara recogida de sudaderos de la tierra. Llévase esta y la de otros pozos situados junto a él, en las naves y armadas de las Indias sin que ninguna otra se conserve mejor en aquella larga navegación a donde las damas indianas estiman en mucho lo que de ella pueda haber para el aderezo de sus rostros. 

Y no se corrompe al tercer día, ni se hincha de gusanos. Cuando esta agua se envasa en pipas para la navegación, hace en ella el mar la operación y sentimiento que en todas las demás aguas que se llevan para aguaje, que es rebotarse, o como adolecer de su primitivo y natural gusto, pero luego vuelve a él mientras más se navega más se adelgaza y sana, desbastando la grosedad y por eso viene a quedar después tan clara y delgada que, como se ha dicho, la estiman en las Indias para el rostro de las damas y para los enfermos, aunque el agua de aquellos puertos es excelente y maravillosa en algunos de ellos". 

El citado historiador escribió también a este respecto, en su obra: 'Discurso de la fundación y antigüedades de Cádiz': 

"...el agua que se bebe en la ciudad y toda su isla es de pozo, siendo el mejor, de más agua, más sabrosa y de donde bebe la mayor parte de la gente, el que se llama de la Jara, que está fuera de la ciudad y no muy lejos del mar. Ninguna otra agua se conserva ni llega más sana a las Indias en las flotas que de aquí van, por lo cual es estimada de los que por allí navegan por más excelente que las de ninguna otra parte y las que les sobra de su viaje venden en la Nueva España teniéndola pro gran regalo. 

Este pozo y los demás de la Isla son de la misma propiedad de uno de los que se dijo estar cerca del Templo de Hércules, menguando cuando el mar y creciendo cuando crece, aunque no con la admiración y espanto de aquel tiempo..."

Los historiadores gaditanos no están de acuerdo sobre el lugar exacto en que se encontraba situado el Pozo de la Jara. José Nicolás Enrile, en su obra 'Paseo histórico-artístico por Cádiz', impreso en el año 1843, asegura que el citado pozo estaba en la calle de Junquera. Adolfo de Castro, en su obra 'Manual del viajero en Cádiz', editado en el año 1859, parece o estar de acuerdo en ello y dice que:

 "El verdadero Pozo de la Jara, es el que se ha encontrado al sacar los cimientos de la casa del Sr. José Huidobro. Tiene la boca donde hoy está la tienda del Águila, esquina a la calle del Veedor. En él se han encontrado huesos humanos y monedas de plata inglesas del tiempo de Isabel, prueba de qeu este pozo existía cuando el saqueo del año 1596..."

La casa de D. José Huidobro a que se refiere el historiador gaditano, es la señalada con el número 14 de la Plaza de San Antonio, residencia de D. José María Pemán. 

Creemos que Enrile está en lo cierto y como la opinión de Adolfo de Castro está muy generalizada debido quizás a haber alcanzado mayor divulgación, procuraremos razonar brevemente nuestra afirmación. 

A nuestro modo de ver, Adolfo de Castro parte de un error de bulto, cual es el suponer la existencia de este pozo en el Campo de la Jara, "el abastecimiento de aguas de esta ciudad, se hacía desde el siglo XV en un antiguo pozo que había en el Campo de la Jara. Posteriormente se hicieron otros por el lado del Barrio de la Viña..." por lo transcrito de Agustín de Horozco, sabemos que había varios pozos en el Campo de la Jara, "junto al Pozo de la Jara hay otros...", "llévase esta agua y la de otros pozos situados junto a él...", por lo cual hemos de suponer fundadamente  que Adolfo de Castro, al hacer esta afirmación, tal vez confundiera el Pozo de la Jara con otro de los que se encontraban en sus inmediaciones, todos los cuales ya existían con anterioridad al año 1596.

Pero conocemos un documento de mayor fuerza probadora, que sin duda alguna aporta un interesante dato sobre el lugar donde antiguamente estuvo situado el Pozo de la Jara. 



Sabido es que las actas municipales constituyen uno de los más valiosos documentos para el estudio de la historia de la ciudad. 

Y a este respecto, hemos de hacer constar, que en el Cabildo municipal celebrado el día 6 de julio de 1731, se habló sobre el sitio que se le dió a D. Juan de Tavira que comprendía el pozo que antiguamente se denominaba de la Jara, "que está en una callejuela sin salida de la calle de San José, por el cual pagaba dos pesos al mes, cuyo lugar tuvo que abandonar al labrarse el Cuerpo de Guardia en la Plaza de San Antonio por haberse tomado el mismo para dichos fines..." En aquel tiempo, esta calleja se denominaba "Comisaría Isleta". 

Algunos años después, el rico propietario  D. Marcelino Martínez de Junquera adquirió algunas fincas por la calle San José y Plaza de San Antonio y solicitó autorización al Ayuntamiento para abrir dicha calleja, autorización que tras presentar los planos correspondientes, le fue concedida con fecha 22 de abril de 1773, denominándose dicha calle "Junquera", a partir de entonces, cuyo hecho recuerda un pequeño azulejo colocado en la fachada de una de sus fincas.

lunes, 1 de abril de 2019

Amalia Carvia Bernal. Escritora, periodista, gaditana ilustre.





Año de 1933. Sentada en el centro de la imagen con un abrigo negro, la gaditana Amalia Carvia Bernal. Posa en la fotografía con las integrantes de la Asociación Femenina "Flor de Mayo".

Escritora, periodista, librepensadora, maestra racionalista, masona y activista femenina.

Junto a su hermana Ana, fundó la Asociación "Concepción Arenal" y la revista "Redención". Dicha publicación se presentaba al público como pacifista y feminista. Defendía el sufragio universal, el laicismo y la libertad de expresión. 


Pinchar en la imagen para ampliarla.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Los Balbo. Ciudadanos de la Gades Romana.



Lucio Cornelio Balbo Teofanes, conocido como Balbo el Mayor, nació en la Gades romana probablemente en el 100 A.C. De familia de origen púnico, dedicada al comercio, noble y distinguida, recibió educación romana.

Aproximadamente a los 16 años comenzó su carrera militar, alistándose en los ejércitos de Roma al lado de Quinto Cecilio Metelo primero y después junto a Pompeyo Magno, distinguiéndose en la guerra contra Quinto Sertorio en la llamada Guerra Sertoriana, que fue un conflicto desarrollado entre el 82 A.C. al 72 A.C. en la península ibérica.

Terminada la guerra, Pompeyo lo llevó consigo para hacerlo ciudadano romano, le presentó a su consejero y protegido Teófanes de Mitilene, éste le influenció tanto que añadió el nombre del sabio al suyo, y fue uno de los herederos a la muerte de Teófanes. 


César lo distinguió entre sus amigos, también estuvo íntimamente ligado a su círculo más cercano y luchó junto a él en la Guerra de las Galias. Influenciado por él, César visita el templo cercano a Gades de Hércules-Melkart. Y otorga la ciudadanía romana a los nacidos en Gades.

También fue muy apreciado por Marco Tulio Cicerón, que no dudó en avalarlo ante los más altos estratos de la sociedad romana del momento y destacaba de él su prudencia, inteligencia y diplomacia política. Fue el autor de un diario titulado 'Ephemeris', el cual no se ha conservado, y que contenía los acontecimientos más notables de su vida y de la vida de César.

Medió en los enfrentamientos entre Pompeyo y César utilizando todo su saber, hasta tal punto que, ambos apreciaron su conducta. En una carta que le envió a Cicerón, le expresaba: "Te ruego, Cicerón, tomes a tu cargo reconciliar a César y Pompeyo. Que la perfidia de algunos ha enemistado", al final exponía: "yo moriría contento si se efectuase esta gran obra".  Por su origen hispano, algunos patricios romanos se levantaron contra él, pero Cicerón volvió a posicionarse de su lado. También fue protegido nuevamente por Pompeyo Magno, al que se sumó Marco Licinio Craso. Esto último fue determinante ya que Craso era especialmente temido por su ferocidad y crueldad en el campo de batalla así como por ser un poderoso financiero.

Su ascensión política fue fulgurante y en menos de dos décadas pasó por senador, edil, pretor, propretor, y en el 40 A.C. fue nombrado cónsul, era el primero de los catalogados como extranjero o no itálico, que consiguió este cargo.  No se conoce la fecha de su muerte, pero en su testamento dejó a cada ciudadano romano veinte denarios. Existe un medallón en sitio preferente en el techo de la Sala de Sesiones del Ayuntamiento de Cádiz, con retrato imitando relieve, que consigna: "Balbo L.C. Cónsul de Roma. Siglo de César". 

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Lucio Cornelio Balbo, conocido como Balbo el Menor, hijo de Publio Balbo, era sobrino de Balbo el Mayor, aunque según algunos historiadores, nació poco tiempo después que su tío Balbo el Mayor en la ciudad de Gades. Magnífico estratega militar, consiguió grandes victorias contra los Garamantes, establecidos en África del Norte, aportando un gran botín a Roma. Según el historiador Gayo Plinio Segundo, Plinio el Viejo, fue el primer general no itálico en hacerlo, otorgándosele por ello el triunfo en el Capitolio. 

También se destacó en las campañas de César en Egipto, traspasando incluso las fronteras del sur de Roma hasta el río Níger atravesando el Sahara hasta Tombuctú.

En su faceta civil, financió varios edificios en Roma. Fomentó diversos asentamientos en las cercanías de Gades, también construyó el acueducto del Tempul para conducir el agua a su ciudad natal, así como el primer Puente Zuazo.  Fomentó la marina civil y el comercio de los gaditanos, haciendo un puerto arsenal y un astillero (Portus Gaditanus) para la construcción y carenado de los buques.  Se ignora el lugar en que falleció, aunque todo apunta a que fue en Gades por las muchas obras que hizo en sus últimos años de vida. 

En la Sala Capitular del Ayuntamiento de Cádiz, existe también una lápida dedicada a Lucio Cornelio Balbo, el menor, como vencedor de los Garamantes, haciéndose constar que fue el primer no itálico que subió en triunfo al Capitolio.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Mis fotos antiguas de Cádiz

Una fotografía antigua de Cádiz, tomada en la Batería de San Carlos a final de la década de los 10 del pasado siglo XX.

Dimensión original: 1006 x 813


lunes, 14 de enero de 2019

George Gordon Meade. Un gaditano singular.

George Gordon Meade nació en Cádiz, dentro del matrimonio que formaban Richard Worsam Meade y Margaret Coats Butler. Era el 31 de diciembre de 1815 cuando vino al mundo, concretamente en el actual número 4 de la Plaza de España. En el seno de una familia católica norteamericana residente en la ciudad de Cádiz, cuyo cabeza de familia era un comerciante asociado al Gobierno de los EE.UU. Fue bautizado en la Parroquia del Rosario, en la calle del mismo nombre. Cuando George G. Meade contaba con trece años, acaeció el fallecimiento de su padre, era 1828. Tras este suceso, la viuda y sus once hijos regresaron a los EE.UU.

George Meade se casó con Margaretta Sergeant en la iglesia de St. Peter, en Philadelfia, Pensylvania el 31 de Diciembre de 1840. Ella había nacido en esa misma ciudad el 26 de junio de 1815. Fruto del matrimonio nacieron siete hijos, cuatro niños y tres niñas: John, George, Margaret, Spencer, Sarah, Henrietta y William. 

Meade volvió a solicitar el servicio militar en 1842, y fue nombrado Subteniente en el Cuerpo de Ingenieros Topográficos. En la guerra contra México, estuvo a las órdenes de los Generales Zachary Taylor y Robert Patterson. En 1845 lo destinaron a Texas, a las órdenes del General Winfield Scott, cuando terminó el conflicto, fue ascendido a capitán, y durante los siguientes diez años dedicó su tiempo a trabajos de topografía y diseño. Fue trasladado a Philadelfia, donde construyó faros para la bahía de Delaware. Como Capitán del Cuerpo de Ingenieros Topográficos, participó en el estudio de los Grandes Lagos y sus afluentes.


Al estallar la Guerra Civil Americana, el Capitán George Gordon Meade se alistó de nuevo en Pensilvania y fue nombrado General de Brigada. Al igual que muchas familias estadounidenses durante la Guerra Civil, a Meade también le afectaron personalmente los conflictos familiares. La hermana de Margaretta, su cuñada, estaba casada con el gobernador de Virginia, Henry Wise, quien más tarde se convirtió también en General de Brigada, pero del ejército confederado.

Meade estuvo al mando de la Brigada de Voluntarios de Pennsylvania, durante este tiempo que mantuvo una amistad con el también General John Reynolds. La Brigada del General Meade construyó fortificaciones cerca de Tenallytown, Maryland. Apodado "The old snapping turtle", Meade se ganó la reputación de tener mal carácter y ser obstinado con los oficiales, suboficiales y tropa. Especialmente no le gustaba la cercanía de personas civiles y aún menos los periodistas. En 1861 y a principios del año siguiente, su Brigada también trabajó en las defensas de Washington.

En marzo de 1862, fue asignado al Ejército del Potomac bajo el mando del General de División George B. McClellan, en la península al sureste de Richmond. Sus tropas sufrieron duros combates en las Batallas de Mechanicsville y Gaine's Mill. El 30 de junio de 1862, en la Batalla de Glendale, Meade resultó gravemente herido cuando una bala de mosquete le alcanzó por encima de la cadera, le hirió en el hígado y afectó a su columna vertebral. Otra bala le dió en su brazo, pero aún así continuó dirigiendo sus tropas. Después de una gran pérdida de sangre se vio obligado a abandonar el campo de batalla.


Se recuperó de sus heridas en un hospital de Philadelfia, aunque quedó con secuelas cuando regresó al mando el 26 de agosto, en la Segunda Batalla de Bull Run, en la cual dirigió a su Brigada, haciendo una posición heroica en Henry House Hill para proteger la retaguardia del ejército de la Unión en retirada.

El 12 de septiembre, Meade recibió el mando de la 3ª División, Primer Cuerpo de Ejército del Potomac, y se distinguió durante la Batalla de South Mountain el 14 de septiembre. En la batalla de Antietam el 17 de septiembre de 1862 fue nuevamente herido en el muslo. Durante la batalla de Fredericksburg en diciembre de 1862, la División del General Meade hizo el único avance dentro de las líneas Confederadas, abriéndose paso a través de una brecha abierta en la División del General Stonewall Jackson. Sin embargo, su ataque no fue reforzado, recuperando los confederados el terreno perdido. Meade perdió gran parte de su División.


Después de Fredericksburg, el General Meade recibió el mando del V Cuerpo de Ejército, que lideró en la Batalla de Chancellorsville a principios de mayo de 1863. El General Joseph Hooker, entonces al mando del Ejército del Potomac, vaciló demasiado en sus planes de batalla, permitiendo a los confederados que tomaran la iniciativa. Las tropas del General Meade no participaron durante la mayor parte de la batalla. Aunque las tropas de la Unión habían sido derrotadas, Meade manejó la estrategia con gran habilidad y protegió los vados importantes en el río Rappahannock. 

La dedicación al deber que tenía el General Meade, pueden ayudar a explicar la naturaleza de su fuerte temperamento. Era un hombre enérgico y exigente, bien conocido por su violenta impaciencia con la estupidez, la negligencia y la pereza. Estallaba en arrebatos de rabia o ira, especialmente bajo el estrés de una batalla.


El mal genio de Meade le ganó notoriedad, y aunque fue respetado por la mayoría de sus compañeros, no fue bien amado por su ejército. Que se refería a él como "una maldita y vieja tortuga de ojos saltones". Su ayudante de campo, el Teniente Coronel Theodore Lyman dijo de él: "No conozco a ningún hombre, que, cuando se indigna, ejerce menos caridad cristiana que mi bien amado jefe"

Aunque irritable bajo el estrés, las decisiones de Meade siempre se fundaron por una buena razón estratégica, y aunque su actitud fue casi siempre dura para sus subordinados, siempre daba los resultados previstos.  De todas formas, cuando no estaba absorto en sus quehaceres militares, Meade era una persona diferente, afable, contaba historias divertidas aunque siempre con un lenguaje culto y educado, y gustaba de sentarse con sus oficiales a conversar.

Sin embargo, generalmente se mantenía apartado y no hacía ningún esfuerzo por hacerse popular. Y como ya referí antes, mantenía a raya a los miembros de la prensa, en represalia los periodistas acordaron entre ellos no mencionarlo en sus triunfos, logros y victorias, sólo lo hacían en referencia a los contratiempos y fracasos.

George Meade estaba tiernamente dedicado a su esposa e hijos. Su mal carácter nunca se dejaba ver en los correos que enviaba a su casa. En una carta a su hija en la primavera de 1862 decía:

"Pienso mucho en ti y en todos mis queridos hijos. A menudo me imagino la última vez que te vi: Tú, Sarah y Willie, acostados en la cama llorando, porque tenía que irme, y mientras te regañaba por llorar, sentí yo también ganas de llorar.

Es muy duro mantenerse alejado de ti, porque no hay ningún hombre en la tierra que ame a sus hijos más que yo, o cuya felicidad dependa más de estar con su familia. Sin embargo, el deber me obliga a estar aquí, a hacer lo poco que pueda para defender nuestra bandera. Y cualquier deber que nos obliguen a hacer, deberíamos hacerlo todos, viejos y jóvenes, alegremente, por desagradable que sea".



Por desavenencias entre el General Joseph Hooker y el Presidente Abraham Lincoln junto al General Henry Halleck por la forma de enfrentarse al General Robert Lee, el primero de ellos presentó su dimisión que fue aceptada de inmediato por los segundos, nombrando en las primeras horas de la mañana del 28 de junio de 1863, jefe supremo del Ejército del Potomac.  Aceptando el General Meade aunque no se sentía el mejor capacitado para la misión ya que consideraba a muchos de sus compañeros más competentes para el cargo.


El General Meade se enfrentó al General Lee, para ello pensó en un primer momento establecer una línea defensiva tras Pipe Creek, pero siguió la recomendación de Winfield Scott Hancock de que haría mejor si concentraba las tropas en Gettysburg. Haciendo frente a la sangrienta ofensiva del General Lee, distribuyó sus tropas entre los distintos lugares amenazados de las líneas confederadas, justo a tiempo para lograr detener cada uno de los asaltos del jefe del Ejército Confederado. Tras tres días de desesperados, sangrientos y mortíferos combates, Meade logró la victoria en una de las batallas decisivas de la guerra, un éxito por el que recibió las felicitaciones del Congreso de los Estados Unidos. 

Fue acusado de dejar escapar al ejército sudista prácticamente indemne, debido a su religión católica, influenciado por un sacerdote jesuíta que pidió clemencia para los derrotados, desobedeciendo así una orden directa del Presidente Lincoln de arrasar al Ejército Confederado. Estas acusaciones siguieron tras el final de la guerra, y, aunque recibió condecoraciones y distinciones, aquel comportamiento con el ejército vencido le lastraron hasta su muerte a causa de una pulmonía, cuando le quedaba un mes para cumplir 57 años, el 6 de novimebre de 1872. Hasta el último día, estuvo activo en el Ejército. Su esposa falleció el 7 de Enero de 1886, a la edad de 71 años.


Mi agradecimiento personal a Daniel Cring, hispanista, antropólogo y arqueólogo que me honra con su amistad. Profesor de la Universidad de Lafayette-Louisiana, por la redacción de esta biografía.