Pasión por Cádiz

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Cádiz, Andalucía, Spain
AB ORIGINE SEMPER FIDELIS. IN PERPETUAM, SEMPER ET UBIQUEM GADES. QUI POTERS CAPERE, CAPIAT.

sábado, 5 de diciembre de 2020

Mis articulistas preferidos: Antonio de los Ríos Ruiz.

 Don Gonzalo. Profesor del Colegio San Rafael, también conocido como "El Grupo".

Don Gonzalo vendía tortas en vez de darlas. A diferencia de otros maestros no utilizaba la violencia para que aprendiéramos. En el 71, en 1.971 (que tampoco estamos hablando de los romanos) lo suyo era que te dieran un bofetón si no sabías, imbécil de ti, que 9x4 eran 36 o 38, que ya ni me acuerdo, ¡me dieron tantas!

Un reglazo en la mano abierta si tampoco sabías quienes eran los Reyes Católicos. ¿Reyes Católicos?, los demás que eran, ¿ateos? Que te humillaran de cara a la pared con los brazos abiertos y con varios libros haciendo contrapeso, era lo habitual.


Don Gonzalo era diferente.  Era persona amable, cercana y didáctica. Era canoso con apenas 50 años, lo que yo intuía como persona sabia.  El paso del tiempo me confirmó que no estaba equivocado. No siempre los sabios han sido reconocidos y las más de las veces las han pasado canutas. 

¿Cuántas veces habremos escuchado aquello de “pasa más hambre que un maestro de escuela”? Yo no sé si en la casa de don Gonzalo pasaba lo que en la mía; que según mi madre no se pasaba hambre, se pasaba “necesidad”.

Don Gonzalo debía tener esa necesidad, y sobre todo debía alimentar, además de a su mujer, al menos a un par de hijos a los que yo luego me fui encontrando por la vida. No le llegaría con el mísero sueldo de un maestro. Así que el buen hombre se hizo representante de tortas. A la hora del recreo los alumnos de las demás clases del “Grupo Escolar Miguel Primo de Rivera”, "El Grupo" para los amigos, acudían a comprarle tortas a don Gonzalo. Y cuando terminaba su jornada escolar iba por las tiendas vendiendo su mercancía.

Mira si era sabio que mató a dos pájaros de un tiro: Inventó una fórmula para que los alumnos aprendiéramos jugando y compitiendo por un premio a base de tortas.

Consistía en que cada alumno diera una cantidad nimia y con el montante se compraban 3 docenas de tortas (de polvorón, de aceite, …) Tres docenas de tortas que don Gonzalo vendía y así obtenía su beneficio. Poco, o casi nada.

Luego se configuraban 4 equipos del total de alumnos de la clase. Iban eligiendo a cada componente los 4 capitanes, que eran los 4 mejores de la clase. Por turnos, como cuando elegíamos en el recreo a los integrantes del equipo de fútbol. 

Una vez hechos los equipos, empezaba el concurso, don Gonzalo iba alternativamente haciendo a cada equipo preguntas diversas. De geografía, de literatura, de matemáticas, etc.  En el equipo se consensuaba la respuesta; y así íbamos puntuando. No era baladí el tema. Los capitanes se lo tomaban muy en serio, de manera que a cada jugador se le asignaba un temario:

- "Fofi, tú te encargas de la historia, que se te da bien; Joaqui, lo tuyo son los quebrados ¡prepáratelos! Manolo, repásate la ortografía que nos estamos jugando tres docenas de tortas". 

El equipo campeón se las llevaba.  Pero don Gonzalo no tenía el don solo por cortesía, lo llevaba porque se lo había ganado; así que a los que perdían, según él a los que no ganaban, les daba una torta a elegir (seguro que al final le costaba el dinero). Era mucho mejor ver a un niño sonreír que a uno llorando. 

De don Gonzalo aprendí a diferenciar hay, ahí y ay, con una regla perfecta dentro de una frase: “Ahí hay un hombre que dice ¡ay!”.  Me enseñó los decasílabos, a los que todavía hoy no les he encontrado la utilidad. Aún no le he encontrado el "queo". Pero bueno, ¡ya se verá! Se agradece, don Gonzalo. También intentó, sin éxito, adiestrarme en el uso de “si no”; de cuándo va junto y de cuándo va separado.  Me equivoco casi la mitad de las veces. La culpa es mía, que no doy más de mí.


Con don Gonzalo mi historia continuó. En 1971 se conmemoraba el bicentenario de la intervención de un niño de San Ildefonso en los juegos de azar, en la lotería primitiva. Luego vendría la moderna que fue creada en Cádiz, cuando éramos la capital del reino en 1812. Pero en aquellos tiempos de 1.771 se utilizaba a los huérfanos del Colegio de San Ildefonso como mano inocente para extraer las bolas o números de la suerte. 

Con motivo de ello la Sociedad Estatal de Loterías y Apuestas del Estado invitó a escolares de cinco ciudades españolas que habían tenido que ver con la lotería a una semana de estancia en Madrid, con actividades, excursiones y por supuesto un sorteo especial en el que nosotros fuimos los encargados de sacar las bolas. Cádiz era, por lo que decía antes, invitada obligada.



También estaba Burgos, Barcelona, Sevilla y Valencia. Y tuvimos la suerte que entre todos los colegios de Cádiz (¿tendría que ver que nos llamáramos por aquel entonces Grupo Escolar Miguel Primo de Rivera?) eligieran al nuestro. Y más concretamente al curso de 7º (que entonces la EGB ni existía) y concretando concretando, me tocó a mí y a dos más. Acompañados, eso sí, por un profesor: don Gonzalo.

Él a un hotel y nosotros al Colegio.

Y allí estuvimos, en San Ildefonso, durante una semana conviviendo y departiendo risas por la mañana, patadas en el recreo y batallas de almohadas y salivazos por la noche con nuestros amables anfitriones los “difíciles huérfanos” del colegio que desde aquel lejano 1.771 reparte la suerte. 

Lo mejor de cada casa; la que no tenían. ¿Me explico? Aun así, pasado el tiempo, lo recuerdo con cariño y, como no podía ser de otra manera, estoy encantado de que me tocase esa lotería. Para un chaval de 12 años, que lo más lejos que había ido era a casa de su abuela a Chiclana, ir a Madrid, visitar El Escorial, El Prado e incluso dada la época (y como no podía ser de otra manera), El Valle de los Caídos, era y fue una experiencia formidable.

Muchos años después la suerte se repitió e hizo que la hija de don Gonzalo fuese la maestra de mi hijo Antonio. Su apellido no era común, así que le pregunté si era hija de quien yo suponía y si su padre aún vivía. Me dijo que sí a las dos y dupliqué así mi alegría. Elevarlo a la tercera potencia fue obra de don Gonzalo que, cuando fue informado de la coincidencia, tuvo el detalle de devolverme, a través de su hija, una redacción que yo hice en aquel curso 70/71. 

La redacción, vista hoy, era pésima; pero lo que no tenía precio, porque solo lo tienen las que cosas que no son importantes, era que aún la guardase.

Su hijo también se cruzó en mi vida y fue durante mucho tiempo el ginecólogo de mi mujer. Pero eso ya no me hizo tanta gracia.

A DON GONZALO DE MIGUEL. MI MAESTRO.

Antonio de los Ríos Ruiz.