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En los años 40 del siglo XX, la casa en Cánovas del Castillo 33, donde vivía Manuel Díaz Rubio, nacido el 23 de febrero de 1908 en Madrid y gaditano de adopción, se convirtió en una continuación de la Facultad de Medicina. Allí acudían por las tardes a su gran biblioteca particular estudiantes y médicos la cuál contenía cientos de libros y hasta 34 revistas médicas nacionales e internacionales. A todos les ofrecía tener acceso a lo último en medicina que no existía en las bibliotecas de la Facultad y Hospital de Mora. Los debates médicos que allí se establecían quedaron siempre en la memoria de cuantos acudían, así como la presencia de la Tuna de Medicina con una frecuencia que llamaba la atención. El ambiente médico y universitario que creó fue excepcional por lo novedoso y abierto.
Manuel Díaz Rubio ganó por oposición la Cátedra de Medicina Interna de la Facultad de Medicina de Cádiz en 1936 y en ella permanecería, tras algún paréntesis durante la Guerra Civil, hasta 1950 en que obtuvo la cátedra de igual denominación en la Facultad de Medicina de Sevilla.
La actividad de Manuel Díaz Rubio
en Cádiz no solo se circunscribió a la práctica de la medicina y la docencia,
sino también a la investigación a pesar de los duros momentos que se vivían
esos años. Consiguió algo inaudito y es que multitud de sus discípulos
obtuvieran el titulo de doctor; Joaquín Barrios Gutiérrez, Miguel Macías
Alcántara, Francisco Campoy Vidal, Vicente Planas Hevia, Manuel Jiménez Orta,
Jesús Garrachón Aguado, Julio Muñoz Pérez, entre otros. Con ellos y otros, que
conseguirían el titulo años después, abordó importantes investigaciones sobre
la polinosis en Cádiz, y meteoropatología del asma. Sus importantes estudios
sobre la presencia de determinados pólenes y hongos fueron de gran
trascendencia, poniendo de manifiesto la importante concentración que había de
hongos del género penicilium umbonatum. Son también de recordar sus
aportaciones a la dieta insuficiente con la identificación de casos de pelagra,
así como sus estudios pioneros experimentales sobre la transmisibilidad del
virus de la hepatitis en cultivos en el embrión de pollo. Estos últimos fueron
realizados en un laboratorio en su propia vivienda y con recursos propios
debido a la ausente dotación en la Facultad.
Su consulta, abierta a todas las clases sociales, fue una auténtica referencia que se irradió a toda Andalucía y con su coche, primero de gasógeno y luego un Ford del año 34, recorrió aquellos lugares que demandaban su atención. Su capacidad diagnóstica de las patologías más enrevesadas y acertados tratamientos lo encumbraron a los máximos niveles. Como anécdota queda haber sido el primero en Cádiz en curar a un paciente con penicilina. Se involucró en la vida gaditana asumiendo multitud de compromisos y entre otros aceptando el cargo de Presidente del Colegio de Médicos en Cádiz con el propósito de defender a los médicos más débiles tras la contienda civil.
Su descanso lo encontraba en Puerto Real donde se construyó un pequeño chalé en Las Canteras con su huerta y pequeña cuadra para que no faltara nada en su casa y alimentar a sus siete hijos. Se rodeó de gente de Cádiz a su servicio, María Gallardo Gómez, Félix Pina Navarro, Antonio Barberán Cózar, que le acompañarían toda su vida tanto en Sevilla como en Madrid.
Su vida trascurrió entre Cádiz, Sevilla y Madrid siempre ligado a su vocación de médico y a la Universidad con una intensidad increíble.
En su pensamiento nunca dejó de estar presente Cádiz. Fue para él eje de
su vida. Siempre señalaba que sus años en Cádiz fueron los más felices de su
vida, donde decía “haber descubierto al ser humano en su bondad pura, impregnado
de una gran nobleza, alegría, humor y una filosofía única de la vida”.
Realizó sus estudios
en la Facultad de Medicina de Madrid. Fue alumno interno por oposición del
Hospital de San Carlos y del Hospital General de la Beneficencia Provincial, se
licenció en 1930 y en 1932 obtuvo el de doctor en ambos casos con premio
extraordinario. Fue médico interno del Hospital de San Carlos, y ayudante de
clases prácticas de la Cátedra de Patología Médica de su maestro, el profesor Carlos
Jiménez Díaz. En 1935 y 1936, pensionado por la Real Academia Nacional de
Medicina marchó a Viena con Julius Bauer en la Allgemeine Poliklinik y con
Hans Eppinger en la Allgemeine Krankenhaus con Hans Eppinger trabajando
con ambos sobre aspectos metabólicos y nutricionales. Posteriormente fue a Múnich
con Wilhelm Stepp y Alfred Schittemhelm a profundizar en temas relacionados con
las vitaminas.
En 1936 obtuvo la Cátedra
de Patología y Clínica Médicas de la Facultad de Medicina de Cádiz. En 1950 se
trasladó a la misma Cátedra en la Facultad de Medicina de Sevilla, y en 1961 a
la de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Madrid.
Impresionaba por su
gran personalidad, su enorme claridad expositiva, capacidad de síntesis y de
diagnóstico. Ante el paciente realizando minuciosas historias clínicas y una
exhaustiva exploración. Influido por la visión organicista de la enfermedad de
su maestro, nunca dejó de profundizar en las corrientes fisiopatológicas
preconizadas por Ludolf Krehl.
Sus aportaciones, aunque diversas, lo fueron ante todo en área del aparato digestivo. Estudió la presencia en el suero de inactivadores de la catepsina, demostrando como en el coma hepático existe una activación a diferencia de lo que ocurría en las cirrosis. Profundizó en la anatomía patológica de los diversos tipos de gastritis señalando la correlación anatomo-radiológica de ellas. Introdujo el concepto de gastropatía disfuncional, para expresar aquellas situaciones clínicas no acompañadas de lesión. Sus contribuciones a la hepatología fueron muy numerosas, y entre ellas sus estudios sobre transmisibilidad del virus de la hepatitis así como los factores que intervienen en la cronicidad de éstas, señalando como causas posibles la persistencia de la acción del virus, la creación de una inmunidad anormal y la coexistencia de una enfermedad bacteriana. En 1966 fundó y dirigió hasta su fallecimiento la Escuela Profesional de Enfermedades de Aparato Digestivo y en 1975 el Servicio de Aparato Digestivo en el Hospital Clínico San Carlos. Creó la especialidad de Hepatología, fundando en 1967 la Asociación Española de Hepatología siendo su primer Presidente. Fue el primer Director del Departamento de Medicina Interna.
En 1968 ingresó como
Académico de número en la Real Academia Nacional de Medicina con el discurso La
cirrosis posthepatitis. Fue Presidente y Presidente de Honor de la
Asociación Española de Hepatología, Presidente de la Academia Médico-Quirúrgica
Española y de la Comisión Nacional Asesora de Aparato Digestivo. Miembro del
Consejo Nacional de Educación. Recibió diversas distinciones, y entre ellas
Académico de la Real Academia de Medicina de Cádiz, de la Real Academia Hispanoamericana
de Ciencias y Artes, Académico Correspondiente de la Real Academia de Medicina
de Barcelona y Sevilla, Miembro de Honor del Instituto Canario de Medicina
Regional, y Fellow Concilli Scientiarum del Colegio Internacional de
Angiología.
Falleció en Madrid el 5 de marzo de 1976 a los 68
años.
Agradezco la colaboración de su hijo, el también Dr. Manuel Díaz-Rubio García, que ha ofrecido desinteresadamente esta biografía de su padre y las fotografías que la acompañan.
José Celestino Mutis y Bosor. Botánico, gaditano ilustre. Por Adolfo Morera Salvago.
Cruz de Cádiz.
El torreón de las Puertas de Tierra, es obra de merito en sus dos frentes.
En el lado que mira hacia extramuros, hubo un primer proyecto se desechó por "tener aspecto de retablo de altar" al incluirse demasiada ornamentación con motivos sagrados. Se aprobó finalmente el diseñado por José Barnola, que se terminó en 1756.
Esta portada, tiene dos cuerpos. En el primero, y flanqueada por columnas toscanas, se puede leer la siguiente dedicatoria:
FERDINANDIS VII HISPANIARUM ET IDIARUM REX ANNO MDCCIV
Encima de dicho texto, un curioso y poco conocido escudo de Cádiz: Hércules con garrote al hombro, enmarcado por columnas inclinadas y terminado por corona abierta.
El segundo cuerpo lo llena un gran escudo real y un trofeo presidido por la Fama con leones a los lados. Todo coronado por cornisa barroca de tres lóbulos y bombas flamígeras.
Artículo de "Diario de Cádiz" escrito por José María Otero.
Cochero, ¡látigo atrás!.
Decía el gran Paco Alba que en Cádiz no nos hace falta un caballo para ir a pescar. Es cierto, pero hasta los años sesenta del pasado siglo los coches de caballos, los mulos y los carros formaban parte del paisaje urbano de nuestra ciudad y lo que era extraño era ver algún automóvil circulando por nuestras calles.
Todo el transporte, tanto de pasajeros como de mercancías, se realizaba con caballerías. Las paradas de coches de caballos eran numerosas y en San Juan de Dios, Canalejas, San Antonio, San Francisco o Candelaria se alineaban los vehículos a la espera de la clientela.
Para ir a los toros, celebrar un cumpleaños o dar un paseo el día de Corpus era imprescindible el coche de caballos. El padre de familia se encargaba de avisar a un cochero de confianza para que estuviera preparado al efecto y la familia subía al carruaje con la misma ilusión que hoy embarca en un avión rumbo a Cancún.
Un paseo en coche de caballo por el Cádiz del año 1971. Del archivo de RTVE.
En el LXXIV aniversario de la Explosión, Diario de Cádiz publicó ayer un artículo de José Antonio Aparicio Florido, el cual con el permiso de su autor, también se publica en este blog. Vaya nuestro recuerdo eterno a las víctimas de aquel trágico suceso de 1947.
A un año del 75 aniversario de la Explosión de 1947 en Cádiz. Por José Antonio Aparicio Florido. Investigador.
Dentro de un año se cumplirán 75 años de la Explosión de Cádiz, en mayúsculas, como hay que escribirlo; una fecha inconfundible que no olvidará nunca esta ciudad. Todavía se reciben mensajes desde otros lugares de España de personas que siguen buscando a familiares desaparecidos de la faz de la tierra en la misma fecha en que coincidió esta catástrofe nacional: 18 de agosto de 1947.
Parece como si nadie fuera ajeno a la tragedia, como si todos los destinos humanos acabaran aquí, como si la Explosión fuera la razón perfecta para justificar tantas desapariciones. Cuando a veces parece que el interés se diluye en el tiempo, siempre ocurre algo que nos hace ver lo contrario. Una productora de Madrid tiene ya en sus manos un nuevo proyecto de documental en torno a este episodio y se ha puesto en contacto con el Ayuntamiento de Cádiz para buscar apoyos.
Varios escritores, neófitos o reconocidos, utilizan la catástrofe como telón de fondo o recurso accidental en sus novelas. Pero lo cierto es que solo queda un año para el 75 aniversario y, a nivel municipal, no hay nada, de nada, de nada… Silencio, desconocimiento, despreocupación o expectativa; no lo sabemos. Lo cierto es que ahora va a ser muy difícil echarle la culpa de este silencio al Generalísimo Franco y al régimen del terror; aunque quizá estemos a tiempo de no tener que buscar culpables.
Hasta el presente, muchos investigadores nos hemos unido en la búsqueda de testimonios orales, documentos escritos, imágenes audiovisuales, archivos sonoros, fotografías, incluso objetos personales. De donde no quedaba aparentemente nada brotó la extraordinaria Exposición de 1997 en la Institución Provincial Gaditana, liderada por profesores y alumnos de la Universidad de Cádiz. A partir de ahí, de forma espontánea, la población, entre preguntas, recuerdos y comentarios, fue ayudando a completar aquel último fotograma en blanco y negro de una ciudad desolada por las minas. Diez años antes, la corporación municipal había nombrado hijos predilectos o adoptivos a los únicos héroes reconocidos: Pascual Pery Junquera y a un grupo de marineros; en 2011, y después de mucho insistir, a otro de los héroes olvidados: Antonio Ristori Fernández. Un Ayuntamiento siempre al arrastre, siempre con pereza cuando hablamos de la Explosión. Muerto el perro, se acabó la rabia.
Revista oficial del Ayuntamiento. Año de 1926.
Son la nota más brillante, sin duda, del Carnaval Gaditano. Fiestas de elegancia y de buen gusto, derroches de arte, cataratas de luz, orgía de colores y sobre todo ello, el alarde de belleza imponderable que aporta tanta y tanta mujer hermosa como allí se reúne.
Es allí, en el Gran Teatro, que anualmente acota el Círculo Mercantil para sus fiestas de Carnaval, donde las muchachas pueden disfrutar de su favorita distracción: Del baile. Allí, sin que nadie las moleste, gozan de cuanto estas fiestas del antruejo ofrecen a la juventud. Alegría e ilusiones: amor, en una palabra, que preside el concurso pimpante y bullicioso, entre el fragor de aquella lucha denodada que sostienen damas y galanes, arrojándose millares de serpentinas y toneladas de confetti, que forma después mullidísima alfombra multicolor, fantástica. ¡Oh, los divinos rostros, en los que el carmín quiere vencer a la nieve!, ¡Oh, los ojos magníficos, rutilantes, con la excitación de la pelea!.Tras el breve intervalo de la paz de Amiens (1802), finalizada con el ataque de las fragatas de la batalla del cabo Santa María (1804), en los primeros días de 1805 vuelve el bloqueo a Cádiz:
Dolores Allely Lagraña, profesora de Canto del Conservatorio oficial de Música y Declamación de Cádiz.
Nacida en Cádiz el 11 de marzo de 1872. Inició estudios de canto y piano en la Real Academia de Santa Cecilia. Contrajo méritos más que suficientes en su formación musical como para obtener una beca, en 1891, de la Excma. Diputación Provincial para poder ampliar conocimientos en el Real Conservatorio de Madrid.
Se cuenta la anécdota que en su viaje a la capital de España, hizo parada en Ciudad Real, donde aprovechando su presencia, se organizó un concierto en el Casino Principal, donde cantó varias piezas de ópera. El espectáculo musical resultó un rotundo éxito.
Ya en Madrid, fue discípula de la soprano Carolina Cepeda. En poco tiempo ya comenzó a ofrecer conciertos limitados al profesorado musical de la ciudad, ejecutando el aria de "Las bodas de Fígaro". Tomó parte en un terceto para tiples y tenor de la ópera "Don Juan".
Obtuvo un triunfo total, considerándosele como una artista ya formada en su totalidad en opinión de profesores y críticos de la época; que destacaban de ella su voz bien timbrada y extensa. Perfecta vocalización y modulación.
Los recelos de la época hicieron que no avanzase en sus virtudes musicales, retirándose, lamentablemente, de los escenarios para vivir junto a su marido casi en un total anonimato.
Ya en su viudez, liberada de los prejuicios matrimoniales que la ataban, fue nombrada profesora de canto del Conservatorio de Cádiz. Luego, al cesar en su cargo, estableció una academia particular de canto en su propio domicilio.
Falleció en Cádiz el 23 de marzo de 1953
Eran muy populares porque durante bastantes años, fueron, con la excepción de algunos trolebuses, casi en exclusiva el único modelo que recorrían las calles de la ciudad.
En un principio se subía por la puerta trasera, donde el cobrador sentado en un sillón acolchado y ante un minúsculo mostrador que parecía un pequeño púlpito, cobraba el trayecto y vigilaba la bajada de pasajeros por la puerta central y delantera. Algunas veces dejaba apearse por la puerta trasera debido a la acumulación de público. También autorizaba al conductor para iniciar la marcha a través de un timbre que sonaba junto al volante.
El doctor Bartolomé Gómez Plana nació en Cádiz, en el número 43 de la gaditana calle Sacramento el ocho de junio de 1860. En su casa natal, hay una lápida conmemorativa desde el dieciséis de septiembre de 1935.
Realizó todos sus estudios en Cádiz, desde los más básicos a la Facultad de Medicina. Fue un eminente médico que es especializó en enfermedades infantiles, donde alcanzó gran reputación por sus diagnósticos. Desarrolló toda su vida profesional de una manera intensa y muy especial en las clases más desfavorecidas de la sociedad.
Fundó asimismo la Unión Médica Gaditana, y creó los "Concursos anuales de higiene popular y cultura física" que perduraron durante más de 25 años.
Don Gonzalo. Profesor del Colegio San Rafael, también conocido como "El Grupo".
Don Gonzalo vendía tortas en vez de darlas. A diferencia de otros maestros no utilizaba la violencia para que aprendiéramos. En el 71, en 1.971 (que tampoco estamos hablando de los romanos) lo suyo era que te dieran un bofetón si no sabías, imbécil de ti, que 9x4 eran 36 o 38, que ya ni me acuerdo, ¡me dieron tantas!