Tras el breve intervalo de la paz de Amiens (1802), finalizada con el ataque de las fragatas de la batalla del cabo Santa María (1804), en los primeros días de 1805 vuelve el bloqueo a Cádiz:
Una división de la flota británica, formada por seis barcos, a las órdenes del almirante Orde se presentó a la vista de la ciudad asediándola, y, con diversas alternativas, pero sin acciones militares destacadas, persistió en esta actitud hasta los días de Trafalgar. Abandonó las aguas de Cádiz cuando el almirante francés Silvestre de Villeneuve se presentó en Cádiz con diecisiete navíos. Orde se retiró, lo que motivó el rechazo de Nelson y Jervis, tachándolo incluso de cobarde.
Estos bloqueos continuaron esporádicamente en los años inmediatamente siguientes, hasta que, a raíz de los acontecimientos del 2 de mayo de 1808, se concertó con los ingleses el levantamiento del asedio y el cese de las hostilidades.
Un nuevo enemigo aparecía ahora en el horizonte de la bahía, el mismo que ya había empezado a invadir el país: Napoleón Bonaparte, quizás no lo iba a ser tanto como luego lo fue el antes deseado y luego rey felón Fernando VII para Cádiz y España.
Una práctica que fue utilizada con éxito para transportar víveres y tropas en la defensa del asalto anglo-holandés de 1625.