Confieso que siento miedo cuando algunas veces de madrugada voy hacia San Francisco desde Mina y no hay nadie en mi camino en el callejón del Tinte. Este miedo es sistemático, porque se me viene a la mente una historia que leí siendo un crío en un libro de Adolfo Vila Valencia sobre la historia de Cádiz.
En el mismo se recogía en sus anexos, un pequeño nomenclátor de la ciudad con las plazas más importantes, y allí hablando del callejón del Tinte, Adolfo Vila Valencia recogía una historia que según cuenta en el libro había transmitido el famoso escritor, educador, periodista, poeta, jurista y político español, José Joaquín de Mora (Cádiz, 10 de enero de 1783- Madrid, 3 de octubre de 1864).
Sin tener más datos que la propia alusión en el libro de Vila Valencia, y sin haber estudiado la obra de José Joaquín de Mora, queda para mi en el estado de leyenda lo que os voy a relatar siguiendo a Vila Valencia, esperando que algún docto en la materia, o biógrafo del mismo Jose Joaquin de Mora pueda aportar algo más de luz al hecho acaecido, o si así lo fuera, aclarar que se trata de la propia imaginación novelística de tal prolífico gaditano.
Cuenta Vila que en el callejón del Tinte había una puerta por donde entraban al convento de San Francisco, los efectos de intendencia o alimentación, refiriéndonos a finales del Siglo XVIII, cuando el convento era mucho más grande y abarcaba hasta la plaza de Mina como huerta y enfermería del mismo. Se veía allí como pórtico de la huerta un arco con una hornacina y en ella una pequeña imagen de Nuestra Señora de los Remedios, que era la advocación del convento. Por ese lugar pasaban día tras día tres jóvenes camino de la diversión.
De repente tras un tiempo recorriendo el mismo lugar, se dieron cuenta que ya llevaba varias noches delante de aquella hornacina una mujer rezando, a la que no lograron ver el rostro. Uno de esos días, les picó tanto la curiosidad que uno de ellos se envalentonó y tras pasar por el lugar decidió volver a hablar con la mujer, ante el miedo de los otros dos que se quedaron esperándolo, pues el camino y la soledad del mismo infundía nada menos que el terror en el cuerpo de aquellos jóvenes adolescentes. De esa manera, el osado se despidió de sus amigos que le esperarían en la entonces Plaza de Loreto, una aventura digna de contar pensaron los tres.
Los otros dos amigos esperaban y esperaban y el tercero no aparecía, por lo que decidieron acudir a ver que ocurría. Al llegar ante la hornacina, encontraron a su amigo en el suelo, sin vida, sin que a la mujer se le hubiera visto ausentarse por ninguno de los caminos. Fue tal la impresión en los otros dos jóvenes, que pensaban que era la misma Muerte la mujer que se había llevado la vida de su amigo, que uno de ellos decidió ingresar en el mismo convento de los Franciscanos.
El otro de los amigos, por su parte, decidió narrar el impresionante suceso, llegando hasta el conocimiento de Adolfo Vila Valencia. El último de los amigos era, según nos cuenta Vila Valencia, el ya mencionado ilustre escritor y poeta, D. Jose Joaquín de Mora.
Escalofriante leyenda de finales del s.XVIII, que debería ser investigada con un poco más de rigor por quien corresponda.
Yo, sólo un lector de la obra de Vila Valencia, ni crédulo ni incrédulo, aún siento un escalofrío en esas noches en las que tengo que pasar por el callejón del Tinte a solas, mirando hacia todo mi alrededor, evitando de mi vista la presencia de aquella mujer que D. Joaquín de Mora y sus amigos se encontraron rezando.
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