Pasión por Cádiz

Mi foto
Cádiz, Andalucía, Spain
AB ORIGINE SEMPER FIDELIS. IN PERPETUAM, SEMPER ET UBIQUEM GADES. QUI POTERS CAPERE, CAPIAT.

martes, 1 de julio de 2025

El puerto de Cádiz a finales del siglo XVIII

El puerto de Cádiz alcanza su máximo esplendor en las últimas décadas del siglo XVIII. Comercia con América del Norte y del Sur, con las Filipinas, con la costa del Pacífico. Mantiene relaciones frecuentes con los puertos africanos y con todo el litoral mediterráneo. Tiene una densa red de distribución que alcanza a los puertos de Rusia, Alemania, Suecia, Dinamarca, Inglaterra, Países Bajos, Alemania, Francia.

La guerra con Inglaterra marca definitivamente el declive de tan lucrativa actividad, que ya venía decayendo por la liberalización del comercio y la pérdida del monopolio americano. Con la derrota de Trafalgar en 1805 se pierden barcos y quiebran numerosas casas comerciales y aseguradoras.

Pero durante los enfrentamientos con los ingleses, el propio dominio de los mares, permitió una actividad lo suficientemente intensa, como para asegurar el abastecimiento de la ciudad sin estrecheces, por exquisitas y exigente que estas fueran. Es el comienzo del llamado Cádiz de la Ilustración, precedente y germen de la Constitución de 1812.

Los barcos grandes deben fondear lejos del muelle por falta de calado (las mareas llegan casi a los cuatro metros de desnivel) por lo que muchas de las labores de carga y descarga deben hacerse con barcas de remos.  Para las piezas más pesadas se recurre a cabestrantes, grúas y poleas, simples o en polipastos. Con esas máquinas, un hombre puede levantar incluso quintales sin riesgo ninguno.

Los barcos podrán atracar en el puerto casi cien años después, cuando el filántropo gaditano Don Diego Fernando de Montañés, deja en herencia su inmensa fortuna para dotar a Cádiz de modernas infraestructuras, una de ellas el Puerto de Cádiz. 

Una vez llegada la mercancía al cantil del muelle, los mozos de descarga la evacúan de las barcas y la pasan a tierra: sacos de café, azúcar, cacao, tabaco, especias, etc., de todos los puertos del Océano Atlántico, americanos y también africanos. Su precio se multiplica varias veces una vez desembarcados  en tierra.

El trasporte de mercancías descansa en gran medida en la fuerza animal, ya sea tirando de carros y carretas o cargándolas directamente sobre sus lomos.

Antes de pasar a la Aduana, los oficiales de la misma, los representantes de las casas propietarias de los fletes y las aseguradoras comprueban con los capitanes y sus oficiales el estado de la carga.

A su vez, también se prepara el género para embarcar y exportar a los puertos americanos: ganadería, trigo, vino, madera, metales variados, vidrio, aceite de oliva, aperos de labranza, armas y municiones, así como manufacturas textiles de todo tipo, papel, piezas de hierro. También se enviaban bienes de lujo como seda y porcelana, además de productos esenciales como mercurio para la minería de plata. 

Toda esta mercancía debía ser bien colocada y organizada en las embarcaciones, asegurando así la carga. Dicho trabajo se denomina estiba y es una tarea especializada que garantiza la correcta distribución dentro del barco, para así garantizar su estabilidad en alta mar. 

Esta era la actividad portuaria gaditana en las postrimerías del siglo XVIII.







domingo, 1 de junio de 2025

Mis fotos antiguas de Cádiz

Fotografía inédita de un guía turístico con unos visitantes en la Plaza de la Catedral de Cádiz. Justo detrás de estas personas se sitúa la Iglesia de Santiago.

Tamaño de la imagen: 1266 x 1735 px. 933 KB.

Pinchar en la foto para ampliar. 






jueves, 1 de mayo de 2025

El viento de Levante en Cádiz

Viento de Levante en Cádiz: La maldición y la bendición de una especie de cuento costero.

¡Ay el viento de Levante! Es un nombre que te resultará familiar en cuanto tengas oportunidad de pisar Cádiz. 

Es una fuerza de la naturaleza, un espíritu salvaje que puede llevarte al borde de la locura y a la vez, dejarte maravillado por su poder.

Pero el Levante tiene una cuestión de doble filo: Aunque pueda parecer molesto e incordiante, es la razón por la que la mayor parte del litoral gaditano permanece intacto ante las imponentes construcciones y las abrumadoras multitudes de turistas que invaden otras costas, las playas esperan su visita para rendirle pleitesía, entregar su arena y su agua, y así despejar tanta muchedumbre que las agobian. 

Es el guardián de esta joya costera.

Imagínate esto: el viento de Levante llega rugiendo desde el Mediterráneo, especialmente en los calurosos y secos días de verano. Puede ser implacable, drenándote la energía con cada ráfaga. Es el tipo de viento que puede convertir tu cabello en un torbellino de caos. 

Se convertirá en el dueño de tu terraza, ventanales, azoteas, de tu calle y cualquier otra posesión que tengas al aire libre, no encontrarás socaire porque no hay lugar donde guarecerte, el Levante te hallará siempre… Y te dará un ataque de nervios.

Te empujará por la calle y de repente, tratará de impedirte andar, no dejará en paz tu pelo o cualquier prenda que lleves en la cabeza, revoloteará las faldas de cualquier mujer que se atreva a salir con una de ellas puesta. Los ciclistas encontrarán mil dificultades para avanzar, o será fácil pedalear si de improviso vira a la espalda de quien ose desafiarlo.

Por otro lado, está el viento de Poniente, su antagonista, que es una brisa refrescante del Atlántico que trae una sensación de calma y alivio, excepto en invierno porque te dejará aterido de frío, ya que aunque haga sol, es capaz de engañarte mientras lo observas desde el cristal de tu ventana. El Poniente, en verano, es como un suave suspiro tras el tempestuoso abrazo del Levante. 

Nuestros visitantes no lo quieren, porque incluso en las noches de verano, has de ponerte una manga larga. Ellos buscan calor y canícula y el Poniente se lo arrebata.

Entre el Levante y el Poniente, Cádiz siempre tiene una historia que contar. Es un lugar donde los vientos susurran historias de mar y arena, donde cada ráfaga trae consigo un toque de aventura.

Si estás en Cádiz, y sabes que el viento de Levante está mostrando su fuerza en ese momento, ¡no te preocupes! Hay un lado positivo: Sumérgete en el estilo de vida de la ciudad en algunos de sus bares, paseando por las pocas calles donde te podrás medianamente guarecer de su fuerza, o probándola pegado al mar viendo como la espuma de las olas llegan hasta tu cara por mucho que pienses que estás a salvo de sus salpicaduras. Es una oportunidad para disfrutar de esta idiosincrasia, pero nunca busques la comodidad de tu casa.

Así que, viajeros y viajeras que están curtidos por el viento, recuerden que el Levante no es solo un fenómeno meteorológico: forma parte del alma de Cádiz.

Es la razón por la que este rincón del mundo sigue siendo una joya escondida, un lugar de belleza indómita y un tesoro de historias por descubrir. 

Enfréntate a su fuerza.




lunes, 7 de abril de 2025

Costumbres y recuerdos. Parte 2ª y última.

 

Aquí tuve que dejar mis contemplaciones porque me encontré en el Paseo del Perejil con Don Anselmo. Estaba en Cádiz. Me extrañó mucho encontrarle a esta hora por ser precisamente las cinco menos diez minutos; de manera que a tal hora debía estar aún en casa del peluquero. Mi afán de hablarle de otro asunto de más interés para mí en aquel instante, me impidió averiguar la causa de que se encontrase allí diez minutos antes de las cinco, y le pregunté prontamente:

- Pero hombre: ¿Qué es de Pepito? Anoche me fue imposible hablar con usted dos palabras de esto porque Perate no nos dejó: dígame usted lo que  hay.

- Pues lo que hay, contestó Don Anselmo mascando madera, no tiene nada de bueno.

- Es posible ¿Pues qué ocurre ahora? ¿Dónde está él?

- En Sevilla. Conforme hirió a Ramón, marchó a su casa. Me dijo últimamente que tenía sobre su pecho como una losa de plomo aquella acción que con el noble muchacho había cometido. Pepe, para que usted lo sepa, se figura que ese desafío es el último golpe que ha dado a su felicidad. Ha escrito a su dichosa Manolita diferentes cartas y a ninguna tuvo contestación. El padre de esa Manuela, Don Andrés creo que se llama, sí le contestó cierta vez en nombre de su hija, diciéndole, entre otras cosas muy tristes pero muy razonadas, que no se moleste más en escribir. Decíale en la carta que le creía un loco, pero no un malvado, y concluyó afirmándole que ni quería Manuela continuar en aquellos amores, que fueron suplicio suyo y de sus padres, ni se lo consentirían tampoco sus padres, caso de que la hija quisiese. Pepito conoce muy bien a esta familia, y manifiesta que cuando Don Andrés se atreve a escribir en tal forma es porque ella lo permite y está de acuerdo con él. 

Cuando tuvo la seguridad de la indiferencia de Manolita, enfermó de pronto de tristeza, y para curarse de ella ha jugado mucho y ha bebido más. Vio que esta vida no le halagaba, y se consagró al estudio. Así continúa retirado, solo, sin hablar con nadie, y  notándosele a la legua que su salud decae mucho. ¡Pobre Pepe!.

Así acabó Don Anselmo; dio unas cuantas vueltas a su bastón y tarareó una tonadilla.

Ante las palabras indiferentes de aquel hombre, que parecía insensible para todo lo que no fueran sus propias debilidades, pensé yo en lo efímero de las cosas y en la imperfección moral de los hombres. ¡Pobre Pepe! dije yo también para mí ¡Cuánta era su desgracia Su carácter le había perdido; su exagerado amor le había robado el amor de los demás. ¿Era Pepe un espíritu superior? Se me figura que sí. Pero ¿Manolita no lo era también? ¿Por qué entonces no lo comprendía? Y aquí  mi pensamiento se encontró delante de tan recia muralla. En aquel instante compadecí y amé mucho más a Pepe que a Manuela y Ramón ¿Sabéis por qué? Porque allá en lo último de mi cerebro creía entrever que las penas de Pepe resultarían a la larga, como urnas de hierro donde se encerrarían para siempre las de Ramón y Manuela.
Salí del Perejil con Don Anselmo, internándome en la población. Había quedado por la mañana con Don Rafael de la Viesca en encontrarle en el Casino Gaditano, que no tuve ocasión de ver aún. Allá fuimos, y el amable fundador y director del periódico 'La Dinastía' me guio en el suntuoso y gran local, haciéndome ver minuciosamente aquel centro de recreo y de ilustración que sin disputa puede figurar entre los mejores de España.

Como en épocas memorables de este Casino Gaditano, se recuerdan tres: La de los terremotos del 85, la del cólera del mismo año y la del baile celebrado allí en el 87, en honor al Duque de Génova, que vino a Cádiz a visitar la Exposición Marítima.

Cuando los terremotos, demostraron los gaditanos su generosidad por el hecho siguiente: Se organizó una rifa en el Casino Gaditano, que produjo en veintisiete horas, cuarenta mil pesetas, que se destinaron a las víctimas de los terremotos y para la reedificación, con otras cantidades, de quince casas del pueblo granadino: Abruñeda. En el mismo año 85 costeó a diario durante la epidemia de cólera, las raciones de los asilos, y en el baile del 87, dado en honor del Duque, se desplegó un fausto que hizo creer que el pueblo gaditano no es ni con mucho tan pobre como parece. Contándome estaba estas cosas Don Rafael de la Viesca, cuando fijé los ojos distraídamente en un cuadro de honor que había en uno de los testeros de la gran sala: Hacíase constar en aquel cuadro de la fecha de aquel baile célebre y la noticia principalmente de que el Duque de Génova bailó el rigodón de honor con la Señorita Doña María Ferrer. 

Al leer, me puse triste, no por lo que leí, pero sí por las memorias que me trajo el nombre de María Ferrer. 

Manuel Martínez.








lunes, 10 de marzo de 2025

Costumbres y recuerdos. Parte 1ª.

 

Hace mucho tiempo escribía yo, Manuel Martínez, a una ilustre amiga, viajera eterna y apasionada furiosa del carácter y las costumbres andaluzas: "Tu última carta la firmas en Cádiz, viajera eterna (como el hombre misterioso de la tradición cristiana); nunca me escribes desde la misma ciudad; pero tú tienes sobre el otro viajero fatídico la ventaja de que no te impulsa la fatalidad, si no tu gusto, la pasión que arde en tu alma, que se te identifica y se acomoda con todo lo bello y lo grande, lo espiritual y lo divino en mescolanza que tú sola sabes definir con la moderna realidad de nuestro siglo.

¡Ay, amiga! No puedes tu comprender la impresión que me ha causado la noticia de tu residencia actual en Cádiz. ¡Qué recuerdos y qué alegría! ¡Qué intranquilidad y qué temores! ¡Qué dulces horas de paseos solitarios en las noches de estío allá por la Alameda de Apodaca! La luna, destellando sobre el bruñido de los cañones, parecíanme siniestras risas de muerte; la luna, rielando también sobre las ondas suavísimas del mar, parecíanme las alas rizadas de los ángeles. ¡Qué cosa es la vida tan llena de misterios!.

Y es que si Cádiz no me inspiró por su aspecto igual y monótono las extrañas fantasías de los recuerdos del pasado, me lo pudo inspirar por su historia y por algo principalmente que, siendo lo primero, yo no puedo definir. En mis recuerdos de Cádiz noto yo una mezcla, sin explicación de realidad amarguísima y de puros y dulces candores. 

¡Oh pueblo amado de Cádiz! ¡España es un poema divino de glorias y tú su canto más hermoso!.

La Alameda de Apodaca es uno de los principales paseos: tiene lindo y frondoso arbolado; a la derecha está la bahía; existen ocultas en las aguas grandes rocas que se llaman "Las Puercas": allí hay dos faros giratorios que señalan al marino la traidora perfidia de aquellos pedruscos de que sus embarcaciones deben huir; se ve desde allí la costa de El Puerto de Santa María con su terreno sembrado de manchitas blancas, que son los edificios. Es una tarde de abril, muy desapacible; no se ve un barco siquiera en el mar: solamente se distingue allá a lo lejos la blanca vela del bote del práctico, que vuelve de dejar el Vapor en franquía; hay marejadilla y corre fuerte viento del norte. 

El rumor de las olas aumenta; el viento ruge; yo no puedo resistirlo y me escondo en una enorme y vieja garita de piedra que está sobre la muralla como guerrero vetusto para contrarrestar los furores de las olas. Salgo a poco y dejo a la izquierda la calle de Marsal y un recodito de la muralla, que forma ángulo, en que muchos hombres juegan a los bolos.
 
Siguiendo mi camino, me dejo atrás el Parque de Ingenieros, la Iglesia del Carmen y el Gobierno Militar, entrándome seguidamente en el Paseo de las Delicias, que es siempre la continuación de aquel camino con diferentes nombres que rodean la ciudad como una hermosa cinta de flores y que la separa del agua: allí está el Cuartel de Ingenieros. 

Continúo junto a la muralla, volviendo la cabeza de vez en cuando.  Cesó el viento repentinamente; fuéronse calmando las olas; el mar hállase ya tranquilo, hermoso, transparente, y allá en el fondo del horizonte, como dulces palomas grises, los botes, que se balancean con sus airosas velas latinas. 

Doy en el Cuartel de Infantería primero, el de Artillería después, y enfrente, formando cerco en la muralla, un jardinillo que se rodea de pirámides de bombas alineadas simétricamente, contrastando su color negro con el gris de la tierra, el azul del mar y el blanco purísimo del cielo.

Deténgome al contemplar aquellas dilatadas hermosuras, y en el dulce éxtasis de la contemplación de la vida vigorosa y ardiente que de todas partes parece emanar, tropiézase de pronto la mirada con el símbolo de la muerte, en aquella batería de morteros, como enormes gazapos con su ojo sombrío mirando a las alturas. Más allá encuéntrase El Perejil, la etimología de cuyo nombre no puedo deciros: es el paseo de moda del invierno a lo menos, pues yo no vie que fuera nadie a ningún otro lado que aquel; tiene un bello jardín, envidia en las noches caniculares de enamorados y poetas. Aunque Cádiz no tenga fama por sus jardines ni sus paseos, yo os digo ahora que abundan allí más que en otras poblaciones andaluzas de más importancia y que cualquiera de ellos vale como el mejor de otras cualquiera parte.

Hállase también la Batería de la Soledad y el melancólico faro  con su torrecilla, que en las noches invernales parece conmover al marinero con su triste luz blanca y roja, que se ve en la negra inmensidad, dulce y fantástica y llena de vaguedades como las almas en pena de los pobrecitos náufragos. 

Continúa el próximo mes



miércoles, 5 de febrero de 2025

Historia de las Puertas de Tierra. Cuarta y última parte.

 

Algunos años más tarde se suscitó una curiosa discusión respecto a la necesidad de que existiera más de una puerta en el Frente de Tierra. Ignacio de Sala expresaba al Marqués de la Ensenada la conveniencia de que hubiera una puerta de entrada y otra de salida, que facilitara el tráfico. Sin embargo, Pedro Moreu opinaba que la duplicación de puertas era "sospechosa por el grande bullicio que entra y sale de la ciudad", que favorecían la introducción de tropas enemigas disfrazadas y el contrabando. Al final se decidió la apertura de una segunda puerta al lado de la principal. 

En 1751 el ingeniero José Barnola realizó el proyecto de modificación de ésta, que se encontraba en muy malas condiciones, reformando su antigua ornamentación. A cada lado de la puerta había dos columnas de orden dórico con pedestales y sobre la puerta la inscripción: FERNDINANDVS VI HISPANIARUM ET INDIARUM REX: ANNO MDCCLIV. Arriba, otro escudo de grandes dimensiones flanqueado por dos leones y junto a él, una alegoría de la fama. La obra fue terminada en 1756, con muy pocas modificaciones respecto a este proyecto, no habiendo  sufrido ninguna desde entonces hasta hoy.

Desaparecidos los peligros de ataque que habían determinado su construcción y las posteriores reformas, el laberinto de glacis que daba acceso a la Puerta permaneció ante ella durante años, como queriendo darle un aire de misterio, mientras la ciudad se extendía fuera de la fortificación. 

En la primera mitad del siglo XX, las murallas fueron derribadas, debido a la imposibilidad de canalizar todo el tráfico de entrada y salida de la ciudad por una sola puerta. La Puerta de Tierra quedó sola, aislada en la Plaza de la Constitución, y se dudó si dejarla así o continuar las murallas por arriba, como ahora están. 

A grandes rasgos, esta es la  pequeña historia de unas piedras construidas para rechazar a los que a ellas se acercaran en su día, pero que por un curioso juego del destino sólo han servido para todo lo contrario: recibir, acoger.  Pero como para que no olvidemos su primitivo origen, ahí sigue cruzando de punta a punta al entrada a ese pequeño "Cádiz antiguo".


jueves, 9 de enero de 2025

Historia de las Puertas de Tierra. Tercera parte.

 

En 1657, el Conde hubo de prescindir de cien moros esclavos de las galeras que el Rey le había cedido y que tenían que volver al servicio de Su Majestad por ser expertos remeros. Se autorizó entonces al Gobernador a servirse de los esclavos moros que tenían los particulares de la ciudad, pese a que no podía haberlos por estar prohibidos por Bandos Reales. La justicia asistía al Conde, que podía quitar los esclavos a sus dueños.

Las obras terminaron en 1671 y el Frente de Tierra contaba ahora con una nueva línea de defensa: un foso y una trinchera, estando revestida la fortificación, por primera vez, con materiales sólidos conociéndosele ya con el nombre de Puerta de Tierra. 

No hubo más modificaciones hasta que en 1728, Ignacio Sala, Ingeniero Director de las Fortificaciones de Cádiz, elaboró un proyecto de reforma, ya que la obra coronada ante la Muralla Real del Frente de Tierra era de construcción defectuosa. No tenía altura suficiente y carecía de fundamentos y contrafuertes apropiados. 

El proyecto fue modificado en 1731, añadiéndole nuevas murallas y fosos delante de la Puerta de Tierra, rodeadas de dos caminos cubiertos con sus correspondientes glacis. Más tarde se llevó a cabo otra modificación de acuerdo con el proyecto realizado por Juan Martín Carmeño, consistente en la construcción de varios reductos para alojamiento de oficiales, tropa, repuestos de pólvora, etc. 

Continuará.