Pasión por Cádiz

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Cádiz, Andalucía, Spain
AB ORIGINE SEMPER FIDELIS. IN PERPETUAM, SEMPER ET UBIQUEM GADES. QUI POTERS CAPERE, CAPIAT.

jueves, 18 de agosto de 2016

Mis articulistas preferidos: Mari Carmen Sánchez Astorga

En el LXIX aniversario de la explosión de Cádiz.  18 de agosto de 1947.

De nuevo amanece un 18 de agosto, tal y como amaneció hace 69 años…

 Un día de verano en el que Cádiz despierta fresca por el salitre de la espuma del verano. La gaditanía hace sus quehaceres como otro día cualquiera y al terminar la calurosa jornada los niños juegan en la calle, los padres descansan en los patios de las casas al fresco, las madres preparan la comida fuerte del día: la cena y los más atrevidos se encuentran en la playa, sobre todo los de la zona de extramuros.

 Los agricultores de Chiclana, Conil y otras poblaciones cercanas van llegando con sus productos y acampan fuera de las murallas para esperar el amanecer y acudir a la plaza de abastos, algunas parejitas y amores prohibidos también se citan por esa zona para vivir su amor a espaldas de matronas pendientes de la moralidad de las niñas y de la sociedad nacional-católica que impera.
 
Pero ese día de agosto, se convertirá en un trágico verano que ha traspasado las generaciones. Todos los gaditanos de 40 a 60 años, hijos de aquellos niños que presenciaron la tragedia, la tenemos presente y la sentimos como si hubiéramos estado allí. Todos podemos contar cuatro historias, todos podemos narrar con detalle qué hacía mi padre, qué hacía mi madre, qué hacía mi abuelo o qué hacía mi abuela.
 Rara es la persona que no puede narrar, describir, oler lo que sintieron aquellos niños que lo vivieron más que con miedo con espíritu de aventura. También transmitimos la preocupación de aquellos padres que tenían a sus hijos desperdigados por el barrio y ante el horror se echaron a la calle buscando a su prole con el corazón acelerado temiendo que alguno estuviera herido o desaparecido.
 
Agitación y nervios de familias que ante el apremio de los guardias y militares se agolpan en La Caleta y en el Campo de las Balas ante la posibilidad de que la tragedia vuelva a repetirse.
 
Esa noche calurosa, cinco minutos antes de las diez, un niño, en la esquina de las calles Botica y Teniente Andújar pudo ver un gran destello de luz que le impresionó unos instantes y al segundo notaba que una fuerza le tiraba de espaldas, sin llegar a comprender qué estaba ocurriendo.
 
Niñas que juegan a “las casitas” en una casapuerta y de momento una lluvia de cristales les cae encima, adolescentes que están en el Cómico viendo la sesión del día “Tarzán y su hijo” y un estruendo y roturas en la sala le hacen huir del cine despavoridos, personas que descansan al fresco después de pasar un tórrido día de agosto,  bebés y niños pequeños que por diversas circunstancias viven en la "Casa Cuna", trabajadores que van y vienen a los muelles o astilleros gaditanos, muchachos que cumplían el servicio militar en "Torpedo"…
 
A todos les afecta de forma directa, unos mueren, otros están heridos, y los que tienen la suerte de sobrevivir corren a refugiarse donde pueden, bajo un puente, en una casapuerta, a la playa; los niños corren hacia sus casas y a la vez los padres hacia la calle para por fin reunirse todos.  Nadie, en el Cádiz interior, sabe qué ha pasado, ya que sus murallas, las que sirvieron para defenderla de los ataques extranjeros también sirvieron para acorazar y proteger a la Tacita de Plata.
 
Peor suerte corrieron los que vivían o estaban fuera de las murallas, solo los que estaban en la playa pudieron contarlo, los demás quedaron arrasados, aniquilados.  Al gobierno le vino bien tantas personas anónimas que pernoctaban en extramuros para desinflar el número de cadáveres que provocó la tragedia.
 
Nuestra generación creo que no ha sabido transmitir este acontecimiento y en futuras generaciones quedará como una mera anécdota acaecida aquel 18 de agosto de 1947. 
 
 
Pero hoy, todavía, cuando en los atardeceres gaditanos el cielo se viste de colores rosados a aquellos niños que vivieron tan trágico suceso y sus descendientes más directos, les recorre un escalofrío y piensan: “El cielo está rojo como la tarde de la explosión ¿ocurrirá algo?...”