Pasión por Cádiz

Mi foto
Cádiz, Andalucía, Spain
AB ORIGINE SEMPER FIDELIS. IN PERPETUAM, SEMPER ET UBIQUEM GADES. QUI POTERS CAPERE, CAPIAT.

lunes, 10 de marzo de 2025

Costumbres y recuerdos. Parte 1ª.

 

Hace mucho tiempo escribía yo a una ilustre amiga, viajera eterna y apasionada furiosa del carácter y las costumbres andaluzas: "Tu última carta la firmas en Cádiz, viajera eterna (como el hombre misterioso de la tradición cristiana); nunca me escribes desde la misma ciudad; pero tú tienes sobre el otro viajero fatídico la ventaja de que no te impulsa la fatalidad, si no tu gusto, la pasión que arde en tu alma, que se te identifica y se acomoda con todo lo bello y lo grande, lo espiritual y lo divino en mescolanza que tú sola sabes definir con la moderna realidad de nuestro siglo.

¡Ay, amiga! No puedes tu comprender la impresión que me ha causado la noticia de tu residencia actual en Cádiz. ¡Qué recuerdos y qué alegría! ¡Qué intranquilidad y qué temores! ¡Qué dulces horas de paseos solitarios en las noches de estío allá por la Alameda de Apodaca! La luna, destellando sobre el bruñido de los cañones, parecíanme siniestras risas de muerte; la luna, rielando también sobre las ondas suavísimas del mar, parecíanme las alas rizadas de los ángeles. ¡Qué cosa es la vida tan llena de misterios!.

Y es que si Cádiz no me inspiró por su aspecto igual y monótono las extrañas fantasías de los recuerdos del pasado, me lo pudo inspirar por su historia y por algo principalmente que, siendo lo primero, yo no puedo definir. En mis recuerdos de Cádiz noto yo una mezcla, sin explicación de realidad amarguísima y de puros y dulces candores. 

¡Oh pueblo amado de Cádiz! ¡España es un poema divino de glorias y tú su canto más hermoso!.

La Alameda de Apodaca es uno de los principales paseos: tiene lindo y frondoso arbolado; a la derecha está la bahía; existen ocultas en las aguas grandes rocas que se llaman "Las Puercas": allí hay dos faros giratorios que señalan al marino la traidora perfidia de aquellos pedruscos de que sus embarcaciones deben huir; se ve desde allí la costa de El Puerto de Santa María con su terreno sembrado de manchitas blancas, que son los edificios. Es una tarde de abril, muy desapacible; no se ve un barco siquiera en el mar: solamente se distingue allá a lo lejos la blanca vela del bote del práctico, que vuelve de dejar el Vapor en franquía; hay marejadilla y corre fuerte viento del norte. 

El rumor de las olas aumenta; el viento ruge; yo no puedo resistirlo y me escondo en una enorme y vieja garita de piedra que está sobre la muralla como guerrero vetusto para contrarrestar los furores de las olas. Salgo a poco y dejo a la izquierda la calle de Marsal y un recodito de la muralla, que forma ángulo, en que muchos hombres juegan a los bolos.
 
Siguiendo mi camino, me dejo atrás el Parque de Ingenieros, la Iglesia del Carmen y el Gobierno Militar, entrándome seguidamente en el Paseo de las Delicias, que es siempre la continuación de aquel camino con diferentes nombres que rodean la ciudad como una hermosa cinta de flores y que la separa del agua: allí está el Cuartel de Ingenieros. 

Continúo junto a la muralla, volviendo la cabeza de vez en cuando.  Cesó el viento repentinamente; fuéronse calmando las olas; el mar hállase ya tranquilo, hermoso, transparente, y allá en el fondo del horizonte, como dulces palomas grises, los botes, que se balancean con sus airosas velas latinas. 

Doy en el Cuartel de Infantería primero, el de Artillería después, y enfrente, formando cerco en la muralla, un jardinillo que se rodea de pirámides de bombas alineadas simétricamente, contrastando su color negro con el gris de la tierra, el azul del mar y el blanco purísimo del cielo.

Deténgome al contemplar aquellas dilatadas hermosuras, y en el dulce éxtasis de la contemplación de la vida vigorosa y ardiente que de todas partes parece emanar, tropiézase de pronto la mirada con el símbolo de la muerte, en aquella batería de morteros, como enormes gazapos con su ojo sombrío mirando a las alturas. Más allá encuéntrase El Perejil, la etimología de cuyo nombre no puedo deciros: es el paseo de moda del invierno a lo menos, pues yo no vie que fuera nadie a ningún otro lado que aquel; tiene un bello jardín, envidia en las noches caniculares de enamorados y poetas. Aunque Cádiz no tenga fama por sus jardines ni sus paseos, yo os digo ahora que abundan allí más que en otras poblaciones andaluzas de más importancia y que cualquiera de ellos vale como el mejor de otras cualquiera parte.

Hállase también la Batería de la Soledad y el melancólico faro  con su torrecilla, que en las noches invernales parece conmover al marinero con su triste luz blanca y roja, que se ve en la negra inmensidad, dulce y fantástica y llena de vaguedades como las almas en pena de los pobrecitos náufragos. 

Continúa el próximo mes