Así pues se decidió enmendar toda la fortificación y revestirla de cal y piedra.
El Conde de Molina expresaba al Rey en una carta la necesidad de realizar este trabajo, que pensaba efectuar con muy poco gasto para la Hacienda Real, "sirviéndome de las compañías de negros, mulatos y moros que pondrían todos los domingos ochocientas cargas de piedra". La obra se aprobó por Real Cédula del 15 de agosto de 1656.
El Conde aseguraba que ésta sería "la más real obra de Europa", afirmando orgulloso que empleaba en ello muy poco de la Hacienda de Su Majestad, ya que los medios para realizarla los extraía de la misma ciudad con los derechos aplicados para ello.
Gravando las botas de vinos de los forasteros que entraban en la ciudad por tierra se obtenían unas rentas de unos cuatro mil reales al año, por lo que el Conde tenía que recurrir a todas las economías posibles, empleando a la mano de obra peor retribuida: mulatos, negros, moros, presidiarios, soldados...
"En esta plaza había como seiscientos moros -escribe el gobernador-, mulatos y negros, los cuales tengo repartidos en los siete días de la semana, y tocándoles solo uno en ella, no viene a ser gravoso a los vecinos y se juntan más de ochenta trabajadores que sirven de peones y de mover tierra. Los acarreos de la piedra y arena de la mar se han hecho sin coste alguno, y la piedra gruesa y sillar de las murallas sin más que el que causan los canteros que la sacan al pie de la obra, a la cual he aplicado todas las condenaciones de causas políticas que se han podido. En lo que toca a Infantería, tengo reducido ese gasto a solo cuatrocientos reales cada semana, dándoles cuatro cuartos para vino y dos para la provisión de unas ollas que se les da a mediodía".
Continuará.
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