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martes, 1 de octubre de 2024

Mis articulistas preferidos: Álvaro Rey Martínez.

Doña Jacinta Martínez de Zusalaga y la fundación de la Casa de Recogidas, por Álvaro Rey Martínez. 

Jacinta Martínez de Zusalaga, nacida en 1619 en la ciudad de Vitoria. En 1644 queda huérfana y emprende un largo viaje hacia Cádiz, donde vivía su hermano Diego. Conviviría con él y su familia en el antiguo barrio de la Plazuela de las Tablas. 

En 1648, Diego Martínez de Zusalaga firmaría su testamento, poco antes de fallecer, por el cual dejaba como albaceas al contador Juan Castellanos, a su mujer y a su hermana Jacinta, que aún vivía con él. El trabajo de Diego era el de compra y venta que salían en partidas al Nuevo Mundo, teniendo una compañía con socios en distintos puntos de la costa de Cádiz y en Jerez. 

Diego llegó a tierras gaditanas antes que su hermana y junto a su primo José de Arrate y Villareal, contador en la Aduana Real de la ciudad de Cádiz. Los caminos de José y Jacinta se unirían más adelante, con bula papal de por medio: 

"Ytem, si saven que, sabiendo que éramos parientes en el dicho segundo grado de consanguinidad y, antes del día primero de diciembre del año próximo pasado de seis­cientos cincuenta, nos conocimos carnalmente y tuvimos cópula vencidos de la fragilidad humana de la carne, y no maliciosamente…" (Expedientes Matrimoniales. Matrimonios Apostólicos. Carpeta 1904, José Arrate y Villareal-1652.  Archivo Diocesano de Cádiz. Documento Original) 

La boda se produjo tras una tremenda polémica, ya que eran parientes en segundo grado y habían sucumbido al “pecado de la carne”. Esas nupcias fueron fruto de la intersección del Papa Inocencio X. Tuvo lugar en la Iglesia de Santa Cruz y unos meses más tarde se celebraría la ceremonia de las velaciones, en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario el día 5 de octubre. 

No tendrían hijos, pese a sus casi veinte años de convivencia; criaban, sin embargo, en su casa una niña huérfana de nombre María Cecilia desde los 4 años, que había sido bautizada en la Iglesia de la Santa Iglesia Catedral, con el Capitán Juan de Manurga como padrino, y a Miguel Ángel de la Madre de Dios, hijo de una esclava fa­llecida en sus moradas. 

Con el tiempo, doña Jacinta se transformó en una de las mujeres más ricas y mejor conectadas de la Cádiz del siglo XVII. Como era costumbre entre las devotas de su época, dedicó sus ganancias al bienestar espiritual y material propio y ajeno, contribuyendo a aliviar la pobreza y la miseria. Consciente de la doble marginación que afectaba a las mujeres, especialmente si eran pobres y carecían de apoyo, enfocó su atención en brindarles asistencia. 

El 1 de septiembre de 1678, ante el escribano Juan de Sena y Lara, doña Jacinta, tras el reciente fallecimiento de su esposo, decidió donar las casas que habían sido su residencia, ubicadas en el corazón de la ciudad, para destinarlas a la creación de un refugio para mujeres. Su motivación era reducir el número de prostitutas Cádiz y ofrecerles una oportunidad de abandonar dicha actividad, brindándoles un lugar para el recogimiento y la transformación. Aclaró que no pretendía castigarlas, ya que existían otras instituciones con ese fin. Con esta acción, hacía referencia a un oficio perseguido tanto por la autoridad civil como eclesiástica, al ser competencia de ambas jurisdicciones.

Es así como se crea la Casa de Recogidas de Cádiz, en el número 34 de la calle Ancha, junto a la Iglesia de San Pablo. Una vez que las mujeres se arrepentían del pecado de la prostitución, el siguiente paso era su educación. Para ello, en 1773, el gremio de barberos creó la Hermandad de Nuestra Señora del Amparo, que se encargaría no solo de instruir a las arrepentidas, sino también de cuidar a las niñas huérfanas. Sin embargo, ambas debían permanecer separadas.

Con los años, la Casa de las recogidas logró acumular tres propiedades que generaban ingresos a través de once censos, cinco patronatos de obras pías y siete acciones valoradas en dos mil reales cada una en el Banco Nacional de San Carlos. Con estos recursos se cubrían los salarios de una ama, una maestra, un sacristán, una cocinera, un mozo y un basurero. A pesar de ello, la institución siguió dependiendo de donaciones, especialmente en el último cuarto del siglo XVIII.

Como ordenara Jacinta, el acogi­miento de prostitutas estaría al mando de las madres filipenses hijas de María Dolorosa que siguieron hasta 2007 con su labor asistencial en la calle Ancha pasando su lugar a la calle Cervantes. 

Generosa y devota, dedicada por completo a la causa de las mujeres desfavorecidas, a quienes asistió hasta el final de su vida. Falleció en Cádiz en 1699, a la edad de 80 años.

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