Pasión por Cádiz

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Cádiz, Andalucía, Spain
AB ORIGINE SEMPER FIDELIS. IN PERPETUAM, SEMPER ET UBIQUEM GADES. QUI POTERS CAPERE, CAPIAT.

sábado, 1 de noviembre de 2025

Puellae gaditanae

 

El principal atractivo de Cádiz en la antigüedad era su ubicación en el mundo conocido y su templo de Hércules, al que se habían unido numerosas personalidades famosas de la antigüedad; sin embargo, curiosamente, dada la insistencia de Séneca y Plinio en la sobriedad del carácter español, Cádiz contaba con otro atractivo bien conocido: sus bailarinas, lo que llevó a Marcial a apodar a la ciudad ’la Cádiz risueña’ o ’Iocosae Gades’.

La gran mayoría de nuestras referencias a este aspecto de la vida de la ciudad provienen de escritores del período imperial temprano como Juvenal, Marcial y Estacio. Sin embargo, nuestra primera referencia data de unos tres siglos antes. Estrabón ofrece un relato de Posidonio que nos habla de los intentos del explorador Eudoxo por encontrar una ruta a la India, evitando el monopolio fiscal de los Ptolomeos. Convencido de que África podía circunnavegarse, Eudoxo construyó un ’gran barco’, en Cádiz y embarcó, entre otras cosas, a ’esclavos adiestrados en música’, presumiblemente para comerciar en la corte de los reyes indios. El viaje fracasó, aunque Eudoxo se animó lo suficiente como para intentar un segundo viaje, en el que desapareció para no ser visto nunca más. 

No se nos informa del destino de su cargamento humano. Aunque podría indicar cualquier sexo, dadas nuestras referencias posteriores, parece claro que aquí se refiere a bailarinas. Por lo tanto, la historia muestra que eran un rasgo característico de la ciudad mucho antes del período imperial. 

Otro rasgo de la historia es la indicación de que las muchachas eran normalmente esclavas. Esto se confirma con nuestras referencias posteriores. De estas, Juvenal es el más explícito al referirse a las bailarinas como posesiones,’mancipia’. Marcial habla de la ’ancilla’, es decir, la bailarina esclava, Telethusa, ’hábil en realizar gestos lascivos al son de las castañuelas béticas y bailar al son de las melodías gaditanas’, quien primero fue vendida y luego recomprada por su antiguo amo. La implicación aquí es que la muchacha era una esclava personal; sin embargo, también parece que se poseían grupos de bailarinas gaditanas para alquilarlas.

Marcial, al describir la típica vida de miseria de Roma, menciona entre los vendedores de embutidos, etc., al ’proxeneta malvado de Cádiz’.  Un hombre así habría abastecido a un mercado de clase baja; sin embargo, también existían versiones más refinadas del mismo producto. Plinio el Joven, quejándose con buen humor de la ausencia de Séptico Claro en una cena, comenta que Séptico sufrirá por sus preferencias de asistir a otras donde hay variedad.0 Marcial también, al hacer de su propia pobreza una virtud, comenta que solo puede ofrecer una flautista, no una compañía de ’Gaditanas’.

Por lo tanto, las bailarinas cubrían toda la sociedad; eran de propiedad individual y se alquilaban en grupos. ¿Qué podemos decir sobre la naturaleza del entretenimiento que ofrecían? El baile en cuestión era de naturaleza altamente erótica y aparentemente tuvo un efecto devastador en su público. El estilo de la danza en sí parece haber sido muy similar al de las bailarinas de la danza del vientre actuales de Oriente Medio; se dice que una 'Gaditana' 'mueve sus muslos con gran temblor, gira de forma seductora', otra descripción se refiere a las 'Gaditanae' que 'sacuden lascivamente sin cesar sus lascivos lomos con un ritmo entrenado'. Finalmente, parece que un descenso tembloroso al suelo, una característica común de la danza del vientre, normalmente conocido como también era practicado por las 'Gaditanae'.

Los bailarines usaban una especie de castañuelas, o ‘crusmata’, como parte de su actuación. Se decía que la Telethusa de Marcial, como ya dije, era experta en el uso de las castañuelas béticas, y Estacio se refiere a los ’címbalos y la música tintineante de Cádiz’. En otra ocasión, Marcial nos cuenta el material del que estaban hechas estas castañuelas cuando habla de bronce tartésico, ‘Tartesiaca aera’. De nuevo, esta forma de acompañamiento tiene un paralelo en la danza del vientre moderna, donde la bailarina suele llevar pequeños címbalos de latón llamados ’sagat’ o ’zills’ en los dedos.

El baile también iba acompañado de canciones eróticas. Marcial, al referirse a un travesti que ha aprendido a bailar de esta manera («mueve sus brazos depilados a ritmos variados’), también dice que murmura las canciones del Nilo y de Cádiz. Juvenal también advierte a un posible invitado a cenar que no sirve de nada Esperando canciones gaditanas, y habla de oír el repiqueteo de castañuelas al son de la canción.

La vestimenta de las bailarinas no está clara: sobre un pavimento blanco y negro en la Biblioteca Vaticana hay una imagen de una bailarina, con crotalias, vestida con una túnica larga y diáfana. Esto también tiene sus paralelos en la danza del vientre moderna y podría ser a lo que Juvenal se refiere con licencia poética cuando llama a las bailarinas posesiones desnudas, 'nuda mancipia'. Aunque esta parece la solución más probable, dadas las costumbres de Roma en este período, no podemos descartar la posibilidad de que Juvenal, al menos en ocasiones, fuera completamente literal en su descripción.

La danza de Telethusa descrita en el ‘Corpus Priapeum’ sugiere un vestido mucho más corto que el encontrado en el mosaico de la Biblioteca Vaticana. El historiador John Percy Vyvian Dacre Balsdon, de la Sociedad para la Promoción de los Estudios Romanos, tiene razón al afirmar que las atletas representadas en los mosaicos de Piazza Amerina son en realidad bailarinas, algún tipo de vestido estilo bikini, quizás de cuero, podría ser otra posibilidad.

Desafortunadamente, es casi imposible rastrear el origen de las bailarinas individualmente. Marcial menciona dos veces a Telethusa, y este nombre también aparece dos veces en el ‘Corpus Priapeum’, donde una vez se la menciona como bailarina, ‘circulatrix’ y luego como ’muchacha de Subura’ (una zona de Roma famosa por sus prostitutas).

Es tentador creer que todas estas referencias se refieren a una joven en particular, que luego habría sido vendida por un amo, comprada su libertad por un segundo y, en consecuencia, tomada como amante por su primer amo. Aunque probablemente, Telethusa era un nombre común para estas jóvenes; Sin embargo, la fecha del ‘Corpus Priapeum’ podría coincidir con Marcial, lo que abriría esta intrigante posibilidad. El ‘Corpus Priapeum’ también menciona a una Quintia, una ‘estrella del circo’ que era bailarina del vientre y, por lo tanto, podría haber sido una gaditana, pero lamentablemente no se refiere explícitamente a su nacionalidad. 

De Milán tenemos una inscripción que registra a una Lesbia, ‘a quien dio a luz la bella tierra de Tharsis’. Se ha sugerido que Tharsis es la grafía púnica de Tartessos y, en consecuencia, Lesbia es una gaditana. Esta es una posibilidad atractiva, pero una interpretación oriental es igualmente posible. Se pueden encontrar dos vestigios más seguros en lápidas de la propia Roma. Uno de ellos es un pequeño fragmento y dice ‘gaditana [...]’. Normalmente se ha restaurado como Gaditan[o], pero dada la presencia de 'Gaditanae' en la ciudad, Gaditan[ae] parece al menos igualmente plausible, si no preferible. La otra piedra es más explícita y se refiere a 'Carpima Gaditana' y debería ser la tumba de una bailarina.

El origen de la danza es una cuestión intrigante. Como hemos visto, el estilo es muy similar a la danza del vientre de Oriente Próximo.

El arqueólogo Antonio García y Bellido creía que 'Gaditana' era una referencia general a Andalucía en su conjunto, pero, salvo la referencia a los crusmata béticos y a la era tartésica, todas nuestras referencias se refieren a la propia Cádiz; además, dada la frecuente identificación de Tartessos con Cádiz en la antigüedad, esta última referencia también podría referirse específicamente a Cádiz.

Cádiz fue una fundación fenicia, y cabe destacar que en la antigüedad la otra zona famosa por este estilo de danza era Oriente.

También hay referencias frecuentes a las bailarinas sirias, o ‘ambubaia’. El elogio que atribuyen en algunos escritos al personaje mitológico Automedonte a una bailarina de Asia, que ‘tiembla desde las delicadas puntas de sus dedos en posturas perversas, muestra la similitud del estilo de danza. La conexión se hace explícita en un escolio sobre el pasaje de Juvenal citado anteriormente. Esto explica la referencia a ‘Gaditanae’ como ’es decir, 'quizás esperas que hermosas y encantadoras muchachas sirias vayan a bailar', ya que Cádiz fue fundada por sirios y africanos (es decir, cartagineses)’.

Las ’Gaditanae’ deberían, por lo tanto, provenir de la costa mediterránea de la Bética, fuertemente punizada, en lugar de otras partes de la provincia. Son, en este sentido, otro ejemplo de la persistencia de las costumbres púnicas en la región.

Muchos comentaristas han señalado que el estilo de baile descrito anteriormente tiene ciertos paralelismos con el baile flamenco de la Andalucía actual, pero, si bien es cierto que el flamenco probablemente tiene un origen oriental, es más probable que se haya introducido en la región por la invasión árabe del siglo VIII o por los gitanos migrantes del siglo XV d. C. que por ser una herencia cultural ininterrumpida de la época del asentamiento fenicio. Los comentarios sobre el tema varían: El arqueólogo, historiador y filólogo alemán Adolf Schulten creía que el flamenco de Cádiz era más erótico que las versiones contenidas encontradas en Sevilla y Granada; el viajero del siglo XIX Richard Ford, por otro lado, creía que Sevilla es ahora en estos aspectos lo que Gades fue’.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Salve, Estrella de los mares.

Desde tiempo inmemorial Cádiz dice adiós a los navegantes. Aquí se despedía ya a los marineros fenicios, romanos o cualquiera que zarpara desde nuestras aguas. 

A partir de principios del siglo XVII, a los galeones que zarpaban rumbo a América cargados de aventureros, soldados, comerciantes, misioneros y sobre todo de mercancías que se echaban a la mar en arriesgadas navegaciones transoceánicas en busca de otra vida. A la caza de sueños, algunos posibles y otros imposibles. 

La imagen era entregada por los Dominicos a la máxima autoridad de la flota que partía, y era devuelta cuando arribaban de nuevo a puerto.

Desde la Iglesia Conventual de Santo Domingo se procesiona la imagen de La Galeona, o lo que queda de aquella pequeña y primitiva imagen que se llevaban los marineros en sus viajes, pues fue quemada en los disturbios del 11 de mayo de 1931 en uno de los asaltos que sufrió la ciudad en diferentes lugares. Aunque sus restos se conservan dentro de la actual talla, obra del imaginero gaditano Juan Luis Vassallo Parodi a mediados de la década de los cuarenta del pasado siglo XX. 

El primer uso fiable de la expresión 'Stella Maris' está en los escritos de Pascasio Radberto en el siglo IX, que escribió 'María, Stella Maris' como "Guía a seguir en el camino hacia Cristo, para no zozobrar  en medio de la tormenta que alza olas en la mar".


lunes, 1 de septiembre de 2025

Nuevos espacios en la ciudad en el siglo XVIII

El doce de mayo de 1717 el rey Felipe V, firmaba la Real Orden que trasladaba la Casa de la Contratación desde Sevilla a Cádiz.

A partir de entonces se generó un importante número de edificios y espacios aún hoy visibles que condicionaron el desarrollo urbano de la ciudad. Hay que tener en cuenta que la ciudad pasó de cinco mil habitantes en el siglo XVII a tener cuarenta mil a partir de principios del siglo XVIII. Empiezan a aparecer las casas palacios o señoriales de Cargadores de Indias que eran a la vez viviendas y comercios/oficinas. 

Los Cargadores de Indias incluían en sus hogares torres miradores. Así podían obtener mayor altura en sus azoteas y vigilar la llegada de las flotas. 

También servían para el ocio, para tender la ropa recién lavada, disfrutar de las noches primaverales o veraniegas, etc. Disfrutando de ese espacio de todas las maneras posibles. Además de como protección frente al viento ya que estaban situadas principalmente a Poniente.

Hay un espacio, junto al antiguo Convento de Capuchinos, que toma el nombre de 'Las viñas de Malabar', propiedad de María de Peñalba, que se dedicaba al negocio de la cera y beneficiaria del convento. Se inicia una obra urbanística en ese espacio a finales del XVII y principios del XVIII que va a dar lugar a un barrio con trazado ortogonal. Este barrio se diferencia de los demás porque las casas tienen altura de dos plantas y las calles son amplias.

Derivado del espectacular crecimiento demográfico, aumenta el tipo de vivienda llamadas 'casas de vecindad', organizadas en galerías en torno a un patio. 

Con esta amplitud demográfica y llegada de comerciantes, se hizo sentir el peso de la burguesía, ilustrada y laboral, en la vida de la ciudad. Cada comunidad aportó diversas tradiciones y generó en la ciudad nuevos espacios y diversiones hasta ahora desconocidas.






viernes, 1 de agosto de 2025

Mis articulistas preferidos: Fernando Quiñones.

Un veraneante. Artículo publicado por Fernando Quiñones en agosto de 1960.

En la nariz fina, algo ganchuda, de este muchacho que ha desembarcado en el puerto, en el vivo centelleo de sus ojos severos, en el reposo y la seguridad de sus movimientos aparecen ya toda su calidad y su estirpe. No se trata de un veraneante cualquiera, y él sabe que tampoco acaba de llegar a una ciudad cualquiera. 

Lo primero que nota este veraneante, este adolescente de distinguido aspecto, es la intensa diferencia del sol y la luz de la España Meridional con su luz y su sol natales, tan distantes ahora. Una luminosidad blanca, absoluta, casi africana, baña estos arenales dorados y el lomo reluciente del Océano, en la tierra del joven recién llegado tenía el sol otra templanza, otra delicadeza, y la planicie del mar -mar y no océano- otro color, plata y celeste, a veces y otro sosiego. Sin embargo, nuestro veraneante queda inmediatamente captado por la radiante, formidable vitalidad de estas playas, de estos arrecifes bajo el cielo del sur. De vez en vez sopla fuerte el viento de Levante y entonces, todo domicilios, paisajes, personas, cobra un tono seco, tónico, yodado.

Se aloja este veraneante en casa de una familia noble, que tiene para él toda suerte de deferencias. Su jornada va de deleite en deleite; durante el día, el balneario y el vasto rostro verdiazaul del Atlántico, tienden su imperio antes sus ojos y sus sandalias; una vela blanca chispea a lo lejos, entre los marinos destellos del mediodía; la temperatura del agua es grata, justo deseable; al salir del baño, algún siervo acude a él y le atiende respetuosamente. 

De pronto, a una distancia relativamente escasa, emergen del agua y desaparecen de nuevo en ella unos puntos sólidos, negros, espumeantes. Todos corren a la orilla: uno: un animoso grupo salta quizás a una embarcación y los criados reman de firme, tratando de acercarse a tiempo a la tropilla de los delfines. Pero ésta se ha internado ya en el mar y no hay posibilidad de contemplarlos de cerca. 

Al crespúsculo, cuando el sol muriendo sumergen en una rojiza mermelada última el mar y el núcleo de la urbe, lo más florido de la sociedad local se reúne para iniciar las tertulias, los festines y los divertimientos de la noche. Suena el alegre reír de las muchachas; irrumpe acaso, entre la escogida concurrencia, el tropel armoniosos de las bailarinas de la ciudad, cuyo prestigio artístico es grande e inmemorial, casi legendario. 

Nuestro adolescente no se cansa de admirar la vivacidad de estas bailarinas, su belleza, su envolvente sentido del ritmo y la mímica, Sí: sin duda, esta tierra es distinta a todas las que ya ha visto; distinta  a todas las que ya ha visto; distinta pero espléndida; sus habitantes parecen muy despiertos de espíritu; se diría que un aire de vieja cultura esencial, de refinamiento Prócer, lo invade todo y que todo -personas, paisajes, casas- viven en una permanente y delicada hoguera de luz interior de sabiduría de luz interior, de sabiduría, de ingenio.  Es un ángulo, un grupo de matronas y jóvenes dialogan sobre versos de los grandes poetas antiguos y modernos, y nuestro veraneante se detienen un trecho con ellos a oír, a apreciar. 

Entre las gratas sombras de la noche, el vino suena hondo por las cántaras, ligero y saltarín por las copas. Aparece el desfile de los manjares, y las bailarinas tejen de nuevo sus giros hechiceros más allá de estos líquidos y misturas deleitosos, conseguidos con frutos del mar y de la tierra; de estos deslumbrantes pescados en fuentes de plata, cocinados con aceite de oliva y exornados con plantas marinas y con flores; de estas carenes delicadamente aderezadas y estos finos mariscos, dispuesto para el paladar como una joyería de sabores. 

Los criados bullen de un lado para otro; el vino no cesa de correr, mientras crecen los diálogos y las risas. Más tarde, la animación es ya extremada, turbulenta, confusa... Y en la pesada duermevela de una de estas noches difíciles, el joven veraneante ha tenido un sueño revelación sorprendente, en el que se ha visto dueño del mundo; todo el mar aparecía cubierto por sus naves; toda la tierra, por sus ejércitos; todo el orbe, por su imperial dictado; el poderío de su lejana ciudad, llegando hasta las estrellas, perduraría, con su nombre hasta el fin de la Historia. 

Y el veraneante se incorpora, sobresaltado. Sus amigos, los anfitriones, los invitados, yacen ahora en el sueño y una tímida claridad inicial, la del alba, ilumina oscuramente sus cuerpos tendidos y el murmurante mar inmediato...

Esta glosa no es más que historia pura: estamos en Cádiz y en el siglo I antes de Nuestro Señor Jesucristo. Los nombres de las muchachas que el veraneante está tratando a diario pueden ser los de Plocia, Métela, Turquinia, Flavia, Prisciliana, Cecilia. La nobles casas gaditanas donde se hospeda es la de los hermanos Grago. 

Y el veraneante, este adolescente distinguido, agudo, visionario, se llama Julio César.


martes, 1 de julio de 2025

El puerto de Cádiz a finales del siglo XVIII

El puerto de Cádiz alcanza su máximo esplendor en las últimas décadas del siglo XVIII. Comercia con América del Norte y del Sur, con las Filipinas, con la costa del Pacífico. Mantiene relaciones frecuentes con los puertos africanos y con todo el litoral mediterráneo. Tiene una densa red de distribución que alcanza a los puertos de Rusia, Alemania, Suecia, Dinamarca, Inglaterra, Países Bajos, Alemania, Francia.

La guerra con Inglaterra marca definitivamente el declive de tan lucrativa actividad, que ya venía decayendo por la liberalización del comercio y la pérdida del monopolio americano. Con la derrota de Trafalgar en 1805 se pierden barcos y quiebran numerosas casas comerciales y aseguradoras.

Pero durante los enfrentamientos con los ingleses, el propio dominio de los mares, permitió una actividad lo suficientemente intensa, como para asegurar el abastecimiento de la ciudad sin estrecheces, por exquisitas y exigente que estas fueran. Es el comienzo del llamado Cádiz de la Ilustración, precedente y germen de la Constitución de 1812.

Los barcos grandes deben fondear lejos del muelle por falta de calado (las mareas llegan casi a los cuatro metros de desnivel) por lo que muchas de las labores de carga y descarga deben hacerse con barcas de remos.  Para las piezas más pesadas se recurre a cabestrantes, grúas y poleas, simples o en polipastos. Con esas máquinas, un hombre puede levantar incluso quintales sin riesgo ninguno.

Los barcos podrán atracar en el puerto casi cien años después, cuando el filántropo gaditano Don Diego Fernando de Montañés, deja en herencia su inmensa fortuna para dotar a Cádiz de modernas infraestructuras, una de ellas el Puerto de Cádiz. 

Una vez llegada la mercancía al cantil del muelle, los mozos de descarga la evacúan de las barcas y la pasan a tierra: sacos de café, azúcar, cacao, tabaco, especias, etc., de todos los puertos del Océano Atlántico, americanos y también africanos. Su precio se multiplica varias veces una vez desembarcados  en tierra.

El trasporte de mercancías descansa en gran medida en la fuerza animal, ya sea tirando de carros y carretas o cargándolas directamente sobre sus lomos.

Antes de pasar a la Aduana, los oficiales de la misma, los representantes de las casas propietarias de los fletes y las aseguradoras comprueban con los capitanes y sus oficiales el estado de la carga.

A su vez, también se prepara el género para embarcar y exportar a los puertos americanos: ganadería, trigo, vino, madera, metales variados, vidrio, aceite de oliva, aperos de labranza, armas y municiones, así como manufacturas textiles de todo tipo, papel, piezas de hierro. También se enviaban bienes de lujo como seda y porcelana, además de productos esenciales como mercurio para la minería de plata. 

Toda esta mercancía debía ser bien colocada y organizada en las embarcaciones, asegurando así la carga. Dicho trabajo se denomina estiba y es una tarea especializada que garantiza la correcta distribución dentro del barco, para así garantizar su estabilidad en alta mar. 

Esta era la actividad portuaria gaditana en las postrimerías del siglo XVIII.







domingo, 1 de junio de 2025

Mis fotos antiguas de Cádiz

Fotografía inédita de un guía turístico con unos visitantes en la Plaza de la Catedral de Cádiz. Justo detrás de estas personas se sitúa la Iglesia de Santiago.

Tamaño de la imagen: 1266 x 1735 px. 933 KB.

Pinchar en la foto para ampliar. 






jueves, 1 de mayo de 2025

El viento de Levante en Cádiz

Viento de Levante en Cádiz: La maldición y la bendición de una especie de cuento costero.

¡Ay el viento de Levante! Es un nombre que te resultará familiar en cuanto tengas oportunidad de pisar Cádiz. 

Es una fuerza de la naturaleza, un espíritu salvaje que puede llevarte al borde de la locura y a la vez, dejarte maravillado por su poder.

Pero el Levante tiene una cuestión de doble filo: Aunque pueda parecer molesto e incordiante, es la razón por la que la mayor parte del litoral gaditano permanece intacto ante las imponentes construcciones y las abrumadoras multitudes de turistas que invaden otras costas, las playas esperan su visita para rendirle pleitesía, entregar su arena y su agua, y así despejar tanta muchedumbre que las agobian. 

Es el guardián de esta joya costera.

Imagínate esto: el viento de Levante llega rugiendo desde el Mediterráneo, especialmente en los calurosos y secos días de verano. Puede ser implacable, drenándote la energía con cada ráfaga. Es el tipo de viento que puede convertir tu cabello en un torbellino de caos. 

Se convertirá en el dueño de tu terraza, ventanales, azoteas, de tu calle y cualquier otra posesión que tengas al aire libre, no encontrarás socaire porque no hay lugar donde guarecerte, el Levante te hallará siempre… Y te dará un ataque de nervios.

Te empujará por la calle y de repente, tratará de impedirte andar, no dejará en paz tu pelo o cualquier prenda que lleves en la cabeza, revoloteará las faldas de cualquier mujer que se atreva a salir con una de ellas puesta. Los ciclistas encontrarán mil dificultades para avanzar, o será fácil pedalear si de improviso vira a la espalda de quien ose desafiarlo.

Por otro lado, está el viento de Poniente, su antagonista, que es una brisa refrescante del Atlántico que trae una sensación de calma y alivio, excepto en invierno porque te dejará aterido de frío, ya que aunque haga sol, es capaz de engañarte mientras lo observas desde el cristal de tu ventana. El Poniente, en verano, es como un suave suspiro tras el tempestuoso abrazo del Levante. 

Nuestros visitantes no lo quieren, porque incluso en las noches de verano, has de ponerte una manga larga. Ellos buscan calor y canícula y el Poniente se lo arrebata.

Entre el Levante y el Poniente, Cádiz siempre tiene una historia que contar. Es un lugar donde los vientos susurran historias de mar y arena, donde cada ráfaga trae consigo un toque de aventura.

Si estás en Cádiz, y sabes que el viento de Levante está mostrando su fuerza en ese momento, ¡no te preocupes! Hay un lado positivo: Sumérgete en el estilo de vida de la ciudad en algunos de sus bares, paseando por las pocas calles donde te podrás medianamente guarecer de su fuerza, o probándola pegado al mar viendo como la espuma de las olas llegan hasta tu cara por mucho que pienses que estás a salvo de sus salpicaduras. Es una oportunidad para disfrutar de esta idiosincrasia, pero nunca busques la comodidad de tu casa.

Así que, viajeros y viajeras que están curtidos por el viento, recuerden que el Levante no es solo un fenómeno meteorológico: forma parte del alma de Cádiz.

Es la razón por la que este rincón del mundo sigue siendo una joya escondida, un lugar de belleza indómita y un tesoro de historias por descubrir. 

Enfréntate a su fuerza.




lunes, 7 de abril de 2025

Costumbres y recuerdos. Parte 2ª y última.

 

Aquí tuve que dejar mis contemplaciones porque me encontré en el Paseo del Perejil con Don Anselmo. Estaba en Cádiz. Me extrañó mucho encontrarle a esta hora por ser precisamente las cinco menos diez minutos; de manera que a tal hora debía estar aún en casa del peluquero. Mi afán de hablarle de otro asunto de más interés para mí en aquel instante, me impidió averiguar la causa de que se encontrase allí diez minutos antes de las cinco, y le pregunté prontamente:

- Pero hombre: ¿Qué es de Pepito? Anoche me fue imposible hablar con usted dos palabras de esto porque Perate no nos dejó: dígame usted lo que  hay.

- Pues lo que hay, contestó Don Anselmo mascando madera, no tiene nada de bueno.

- Es posible ¿Pues qué ocurre ahora? ¿Dónde está él?

- En Sevilla. Conforme hirió a Ramón, marchó a su casa. Me dijo últimamente que tenía sobre su pecho como una losa de plomo aquella acción que con el noble muchacho había cometido. Pepe, para que usted lo sepa, se figura que ese desafío es el último golpe que ha dado a su felicidad. Ha escrito a su dichosa Manolita diferentes cartas y a ninguna tuvo contestación. El padre de esa Manuela, Don Andrés creo que se llama, sí le contestó cierta vez en nombre de su hija, diciéndole, entre otras cosas muy tristes pero muy razonadas, que no se moleste más en escribir. Decíale en la carta que le creía un loco, pero no un malvado, y concluyó afirmándole que ni quería Manuela continuar en aquellos amores, que fueron suplicio suyo y de sus padres, ni se lo consentirían tampoco sus padres, caso de que la hija quisiese. Pepito conoce muy bien a esta familia, y manifiesta que cuando Don Andrés se atreve a escribir en tal forma es porque ella lo permite y está de acuerdo con él. 

Cuando tuvo la seguridad de la indiferencia de Manolita, enfermó de pronto de tristeza, y para curarse de ella ha jugado mucho y ha bebido más. Vio que esta vida no le halagaba, y se consagró al estudio. Así continúa retirado, solo, sin hablar con nadie, y  notándosele a la legua que su salud decae mucho. ¡Pobre Pepe!.

Así acabó Don Anselmo; dio unas cuantas vueltas a su bastón y tarareó una tonadilla.

Ante las palabras indiferentes de aquel hombre, que parecía insensible para todo lo que no fueran sus propias debilidades, pensé yo en lo efímero de las cosas y en la imperfección moral de los hombres. ¡Pobre Pepe! dije yo también para mí ¡Cuánta era su desgracia Su carácter le había perdido; su exagerado amor le había robado el amor de los demás. ¿Era Pepe un espíritu superior? Se me figura que sí. Pero ¿Manolita no lo era también? ¿Por qué entonces no lo comprendía? Y aquí  mi pensamiento se encontró delante de tan recia muralla. En aquel instante compadecí y amé mucho más a Pepe que a Manuela y Ramón ¿Sabéis por qué? Porque allá en lo último de mi cerebro creía entrever que las penas de Pepe resultarían a la larga, como urnas de hierro donde se encerrarían para siempre las de Ramón y Manuela.
Salí del Perejil con Don Anselmo, internándome en la población. Había quedado por la mañana con Don Rafael de la Viesca en encontrarle en el Casino Gaditano, que no tuve ocasión de ver aún. Allá fuimos, y el amable fundador y director del periódico 'La Dinastía' me guio en el suntuoso y gran local, haciéndome ver minuciosamente aquel centro de recreo y de ilustración que sin disputa puede figurar entre los mejores de España.

Como en épocas memorables de este Casino Gaditano, se recuerdan tres: La de los terremotos del 85, la del cólera del mismo año y la del baile celebrado allí en el 87, en honor al Duque de Génova, que vino a Cádiz a visitar la Exposición Marítima.

Cuando los terremotos, demostraron los gaditanos su generosidad por el hecho siguiente: Se organizó una rifa en el Casino Gaditano, que produjo en veintisiete horas, cuarenta mil pesetas, que se destinaron a las víctimas de los terremotos y para la reedificación, con otras cantidades, de quince casas del pueblo granadino: Abruñeda. En el mismo año 85 costeó a diario durante la epidemia de cólera, las raciones de los asilos, y en el baile del 87, dado en honor del Duque, se desplegó un fausto que hizo creer que el pueblo gaditano no es ni con mucho tan pobre como parece. Contándome estaba estas cosas Don Rafael de la Viesca, cuando fijé los ojos distraídamente en un cuadro de honor que había en uno de los testeros de la gran sala: Hacíase constar en aquel cuadro de la fecha de aquel baile célebre y la noticia principalmente de que el Duque de Génova bailó el rigodón de honor con la Señorita Doña María Ferrer. 

Al leer, me puse triste, no por lo que leí, pero sí por las memorias que me trajo el nombre de María Ferrer. 

Manuel Martínez.








lunes, 10 de marzo de 2025

Costumbres y recuerdos. Parte 1ª.

 

Hace mucho tiempo escribía yo, Manuel Martínez, a una ilustre amiga, viajera eterna y apasionada furiosa del carácter y las costumbres andaluzas: "Tu última carta la firmas en Cádiz, viajera eterna (como el hombre misterioso de la tradición cristiana); nunca me escribes desde la misma ciudad; pero tú tienes sobre el otro viajero fatídico la ventaja de que no te impulsa la fatalidad, si no tu gusto, la pasión que arde en tu alma, que se te identifica y se acomoda con todo lo bello y lo grande, lo espiritual y lo divino en mescolanza que tú sola sabes definir con la moderna realidad de nuestro siglo.

¡Ay, amiga! No puedes tu comprender la impresión que me ha causado la noticia de tu residencia actual en Cádiz. ¡Qué recuerdos y qué alegría! ¡Qué intranquilidad y qué temores! ¡Qué dulces horas de paseos solitarios en las noches de estío allá por la Alameda de Apodaca! La luna, destellando sobre el bruñido de los cañones, parecíanme siniestras risas de muerte; la luna, rielando también sobre las ondas suavísimas del mar, parecíanme las alas rizadas de los ángeles. ¡Qué cosa es la vida tan llena de misterios!.

Y es que si Cádiz no me inspiró por su aspecto igual y monótono las extrañas fantasías de los recuerdos del pasado, me lo pudo inspirar por su historia y por algo principalmente que, siendo lo primero, yo no puedo definir. En mis recuerdos de Cádiz noto yo una mezcla, sin explicación de realidad amarguísima y de puros y dulces candores. 

¡Oh pueblo amado de Cádiz! ¡España es un poema divino de glorias y tú su canto más hermoso!.

La Alameda de Apodaca es uno de los principales paseos: tiene lindo y frondoso arbolado; a la derecha está la bahía; existen ocultas en las aguas grandes rocas que se llaman "Las Puercas": allí hay dos faros giratorios que señalan al marino la traidora perfidia de aquellos pedruscos de que sus embarcaciones deben huir; se ve desde allí la costa de El Puerto de Santa María con su terreno sembrado de manchitas blancas, que son los edificios. Es una tarde de abril, muy desapacible; no se ve un barco siquiera en el mar: solamente se distingue allá a lo lejos la blanca vela del bote del práctico, que vuelve de dejar el Vapor en franquía; hay marejadilla y corre fuerte viento del norte. 

El rumor de las olas aumenta; el viento ruge; yo no puedo resistirlo y me escondo en una enorme y vieja garita de piedra que está sobre la muralla como guerrero vetusto para contrarrestar los furores de las olas. Salgo a poco y dejo a la izquierda la calle de Marsal y un recodito de la muralla, que forma ángulo, en que muchos hombres juegan a los bolos.
 
Siguiendo mi camino, me dejo atrás el Parque de Ingenieros, la Iglesia del Carmen y el Gobierno Militar, entrándome seguidamente en el Paseo de las Delicias, que es siempre la continuación de aquel camino con diferentes nombres que rodean la ciudad como una hermosa cinta de flores y que la separa del agua: allí está el Cuartel de Ingenieros. 

Continúo junto a la muralla, volviendo la cabeza de vez en cuando.  Cesó el viento repentinamente; fuéronse calmando las olas; el mar hállase ya tranquilo, hermoso, transparente, y allá en el fondo del horizonte, como dulces palomas grises, los botes, que se balancean con sus airosas velas latinas. 

Doy en el Cuartel de Infantería primero, el de Artillería después, y enfrente, formando cerco en la muralla, un jardinillo que se rodea de pirámides de bombas alineadas simétricamente, contrastando su color negro con el gris de la tierra, el azul del mar y el blanco purísimo del cielo.

Deténgome al contemplar aquellas dilatadas hermosuras, y en el dulce éxtasis de la contemplación de la vida vigorosa y ardiente que de todas partes parece emanar, tropiézase de pronto la mirada con el símbolo de la muerte, en aquella batería de morteros, como enormes gazapos con su ojo sombrío mirando a las alturas. Más allá encuéntrase El Perejil, la etimología de cuyo nombre no puedo deciros: es el paseo de moda del invierno a lo menos, pues yo no vie que fuera nadie a ningún otro lado que aquel; tiene un bello jardín, envidia en las noches caniculares de enamorados y poetas. Aunque Cádiz no tenga fama por sus jardines ni sus paseos, yo os digo ahora que abundan allí más que en otras poblaciones andaluzas de más importancia y que cualquiera de ellos vale como el mejor de otras cualquiera parte.

Hállase también la Batería de la Soledad y el melancólico faro  con su torrecilla, que en las noches invernales parece conmover al marinero con su triste luz blanca y roja, que se ve en la negra inmensidad, dulce y fantástica y llena de vaguedades como las almas en pena de los pobrecitos náufragos. 

Continúa el próximo mes



miércoles, 5 de febrero de 2025

Historia de las Puertas de Tierra. Cuarta y última parte.

 

Algunos años más tarde se suscitó una curiosa discusión respecto a la necesidad de que existiera más de una puerta en el Frente de Tierra. Ignacio de Sala expresaba al Marqués de la Ensenada la conveniencia de que hubiera una puerta de entrada y otra de salida, que facilitara el tráfico. Sin embargo, Pedro Moreu opinaba que la duplicación de puertas era "sospechosa por el grande bullicio que entra y sale de la ciudad", que favorecían la introducción de tropas enemigas disfrazadas y el contrabando. Al final se decidió la apertura de una segunda puerta al lado de la principal. 

En 1751 el ingeniero José Barnola realizó el proyecto de modificación de ésta, que se encontraba en muy malas condiciones, reformando su antigua ornamentación. A cada lado de la puerta había dos columnas de orden dórico con pedestales y sobre la puerta la inscripción: FERNDINANDVS VI HISPANIARUM ET INDIARUM REX: ANNO MDCCLIV. Arriba, otro escudo de grandes dimensiones flanqueado por dos leones y junto a él, una alegoría de la fama. La obra fue terminada en 1756, con muy pocas modificaciones respecto a este proyecto, no habiendo  sufrido ninguna desde entonces hasta hoy.

Desaparecidos los peligros de ataque que habían determinado su construcción y las posteriores reformas, el laberinto de glacis que daba acceso a la Puerta permaneció ante ella durante años, como queriendo darle un aire de misterio, mientras la ciudad se extendía fuera de la fortificación. 

En la primera mitad del siglo XX, las murallas fueron derribadas, debido a la imposibilidad de canalizar todo el tráfico de entrada y salida de la ciudad por una sola puerta. La Puerta de Tierra quedó sola, aislada en la Plaza de la Constitución, y se dudó si dejarla así o continuar las murallas por arriba, como ahora están. 

A grandes rasgos, esta es la  pequeña historia de unas piedras construidas para rechazar a los que a ellas se acercaran en su día, pero que por un curioso juego del destino sólo han servido para todo lo contrario: recibir, acoger.  Pero como para que no olvidemos su primitivo origen, ahí sigue cruzando de punta a punta al entrada a ese pequeño "Cádiz antiguo".


jueves, 9 de enero de 2025

Historia de las Puertas de Tierra. Tercera parte.

 

En 1657, el Conde hubo de prescindir de cien moros esclavos de las galeras que el Rey le había cedido y que tenían que volver al servicio de Su Majestad por ser expertos remeros. Se autorizó entonces al Gobernador a servirse de los esclavos moros que tenían los particulares de la ciudad, pese a que no podía haberlos por estar prohibidos por Bandos Reales. La justicia asistía al Conde, que podía quitar los esclavos a sus dueños.

Las obras terminaron en 1671 y el Frente de Tierra contaba ahora con una nueva línea de defensa: un foso y una trinchera, estando revestida la fortificación, por primera vez, con materiales sólidos conociéndosele ya con el nombre de Puerta de Tierra. 

No hubo más modificaciones hasta que en 1728, Ignacio Sala, Ingeniero Director de las Fortificaciones de Cádiz, elaboró un proyecto de reforma, ya que la obra coronada ante la Muralla Real del Frente de Tierra era de construcción defectuosa. No tenía altura suficiente y carecía de fundamentos y contrafuertes apropiados. 

El proyecto fue modificado en 1731, añadiéndole nuevas murallas y fosos delante de la Puerta de Tierra, rodeadas de dos caminos cubiertos con sus correspondientes glacis. Más tarde se llevó a cabo otra modificación de acuerdo con el proyecto realizado por Juan Martín Carmeño, consistente en la construcción de varios reductos para alojamiento de oficiales, tropa, repuestos de pólvora, etc. 

Continuará.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Historia de las Puertas de Tierra. Segunda parte.

 

Así pues se decidió enmendar toda la fortificación y revestirla de cal y piedra.

 El Conde de Molina expresaba al Rey en una carta la necesidad de realizar este trabajo, que pensaba efectuar con muy poco gasto para la Hacienda Real, "sirviéndome de las compañías de negros, mulatos y moros que pondrían todos los domingos ochocientas cargas de piedra".  La obra se aprobó por Real Cédula del 15 de agosto de 1656.

El Conde aseguraba que ésta sería "la más real obra de Europa", afirmando orgulloso que empleaba en ello muy poco de la Hacienda de Su Majestad, ya que los medios para realizarla los extraía de la misma ciudad con los derechos aplicados para ello.

Gravando las botas de vinos de los forasteros que entraban en la ciudad por tierra se obtenían unas rentas de unos cuatro mil reales al año, por lo que el Conde tenía que recurrir a todas las economías posibles, empleando a la mano de obra peor retribuida: mulatos, negros, moros, presidiarios, soldados...

"En esta plaza había como seiscientos moros -escribe el gobernador-, mulatos y negros, los cuales tengo repartidos en los siete días de la semana, y tocándoles solo uno en ella, no viene a ser gravoso a los vecinos y se juntan más de ochenta trabajadores que sirven de peones y de mover tierra. Los acarreos de la piedra y arena de la mar se han hecho sin coste alguno, y la piedra gruesa y sillar de las murallas sin más que el que causan los canteros que la sacan al pie de la obra, a la cual he aplicado todas las condenaciones de causas políticas que se han podido. En lo que toca a Infantería, tengo reducido ese gasto a solo cuatrocientos reales cada semana, dándoles cuatro cuartos para vino y dos para la provisión de unas ollas que se les da a mediodía".  

Continuará.



viernes, 1 de noviembre de 2024

Historia de las Puertas de Tierra. Primera parte.

En continua pose para fotografía de toda persona que pasa por ella, hace años ya que se cansaron de esperar a los enemigos para cumplir la misión para la que fueron construidas: defender la ciudad de un ataque por tierra. Porque desde ellas, las murallas de las Puertas de Tierra, jamás se disparó un solo tiro. Fue una pequeña broma que la Historia le gastó a Cádiz, su vieja y querida amiga. Sólo una vez, cuando el saqueo de la ciudad por la escuadra angloholandesa, en 1596, los enemigos llegaron hasta ellas, que entonces eran solo un muro, pero ya la ciudad había sido tomada por mar y los soldados que la defendían habían caído en sus puestos. 

Y la Puerta, la muralla y los fosos, modificados con el correr de los años, reforzadas sus defensas, tuvieron que acabar por aceptar que su papel, por esa amistosa jugarreta de la Historia, iba a ser otro bien distinto y mucho más acorde con su nombre: Puerta. Abierta siempre a todo el que llega, avanzadilla, a modo de muestra, de las viejas piedras que encierra en la ciudad, de la coquetería de sus jardines y de la alegría burlona de sus gentes.

Antes de que fuera construido el muro en el Frente de Tierra de la ciudad, Cádiz estaba reducida dentro de una cerca de mampostería con torres y un castillo en el ángulo sudeste, al estilo de otras ciudades medievales. Eran los primeros momentos de la repoblación cristiana. Agustín de Horozco, en su 'Historia de la ciudad de Cádiz', describe la antigua villa diciendo que:

 'su traza y forma era cuadrada, aunque de estrecho sitio, para que fuera mejor guardaba, y la cerca de tres cortinas o labrada en tres partes, la del Oriente, a la del Norte y a la del Occidente, con una puerta en el medio de cada un lienzo, no se le haciendo ni poniendo ninguno al mediodía, por ser allí sobre la playa muy alto tan a peña tajada que aquello bastaba'

El núcleo primitivo de población estaba situado en torno a la Iglesia Mayor, donde hoy está la de Santa Cruz. Al ir creciendo el número de habitantes se formaron dos arrabales fuera del amparo de la cerca, el de Santiago y el de Santa María. 

Fue entonces cuando se decidió proteger de alguna forma a la ciudad de un posible ataque por tierra que tanto se temía, y se levantó un muro que se extendía desde la bahía al mar del Vendaval, lo que hoy es nuestro Campo del Sur, con una puerta en el centro, que sería conocido como la Puerta del Muro. 

La vieja muralla del Frente de Tierra se derribó durante el verano de 1601 y el Consejo consideró llegado el momento de hacer realidad un proyectado castillo-ciudadela en ese lugar para que lo que se trasladaría a Cádiz el Ingeniero Mayor Tiburcio Espanoqui, pero apenas iniciados los trabajos quedaron paralizados por falta de dinero. Algunos años más tarde, el Ingeniero Superintendente de las fortificaciones de Cádiz, Luis Bravo de Acuña, mejoró el Frente de Tierra, protegido por una muralla baja y los dos Baluartes de San Roque y Benavides (Santa Elena).

Pero el verdadero origen de estas frustradas murallas defensivas iba a partir de la alarma que cundió por la ciudad, en 1656, por la proximidad de varias fragatas inglesas, que se mantuvieron varios meses a la vista de la bahía sin decidirse a atacar. El Conde de Molina, Gobernador de la Plaza, creyó necesario enmendar la fortificación del Frente de Tierra, ya que en sus muros, levantados en su mayor parte con tierra, eran débiles, además los fosos y trincheras se estaban desmoronando por la acción de los vientos y lluvias.

Continuará.

martes, 1 de octubre de 2024

Mis articulistas preferidos: Álvaro Rey Martínez.

Doña Jacinta Martínez de Zusalaga y la fundación de la Casa de Recogidas, por Álvaro Rey Martínez. 

Jacinta Martínez de Zusalaga, nacida en 1619 en la ciudad de Vitoria. En 1644 queda huérfana y emprende un largo viaje hacia Cádiz, donde vivía su hermano Diego. Conviviría con él y su familia en el antiguo barrio de la Plazuela de las Tablas. 

En 1648, Diego Martínez de Zusalaga firmaría su testamento, poco antes de fallecer, por el cual dejaba como albaceas al contador Juan Castellanos, a su mujer y a su hermana Jacinta, que aún vivía con él. El trabajo de Diego era el de compra y venta que salían en partidas al Nuevo Mundo, teniendo una compañía con socios en distintos puntos de la costa de Cádiz y en Jerez. 

Diego llegó a tierras gaditanas antes que su hermana y junto a su primo José de Arrate y Villareal, contador en la Aduana Real de la ciudad de Cádiz. Los caminos de José y Jacinta se unirían más adelante, con bula papal de por medio: 

"Ytem, si saven que, sabiendo que éramos parientes en el dicho segundo grado de consanguinidad y, antes del día primero de diciembre del año próximo pasado de seis­cientos cincuenta, nos conocimos carnalmente y tuvimos cópula vencidos de la fragilidad humana de la carne, y no maliciosamente…" (Expedientes Matrimoniales. Matrimonios Apostólicos. Carpeta 1904, José Arrate y Villareal-1652.  Archivo Diocesano de Cádiz. Documento Original) 

La boda se produjo tras una tremenda polémica, ya que eran parientes en segundo grado y habían sucumbido al “pecado de la carne”. Esas nupcias fueron fruto de la intersección del Papa Inocencio X. Tuvo lugar en la Iglesia de Santa Cruz y unos meses más tarde se celebraría la ceremonia de las velaciones, en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario el día 5 de octubre. 

No tendrían hijos, pese a sus casi veinte años de convivencia; criaban, sin embargo, en su casa una niña huérfana de nombre María Cecilia desde los 4 años, que había sido bautizada en la Iglesia de la Santa Iglesia Catedral, con el Capitán Juan de Manurga como padrino, y a Miguel Ángel de la Madre de Dios, hijo de una esclava fa­llecida en sus moradas. 

Con el tiempo, doña Jacinta se transformó en una de las mujeres más ricas y mejor conectadas de la Cádiz del siglo XVII. Como era costumbre entre las devotas de su época, dedicó sus ganancias al bienestar espiritual y material propio y ajeno, contribuyendo a aliviar la pobreza y la miseria. Consciente de la doble marginación que afectaba a las mujeres, especialmente si eran pobres y carecían de apoyo, enfocó su atención en brindarles asistencia. 

El 1 de septiembre de 1678, ante el escribano Juan de Sena y Lara, doña Jacinta, tras el reciente fallecimiento de su esposo, decidió donar las casas que habían sido su residencia, ubicadas en el corazón de la ciudad, para destinarlas a la creación de un refugio para mujeres. Su motivación era reducir el número de prostitutas Cádiz y ofrecerles una oportunidad de abandonar dicha actividad, brindándoles un lugar para el recogimiento y la transformación. Aclaró que no pretendía castigarlas, ya que existían otras instituciones con ese fin. Con esta acción, hacía referencia a un oficio perseguido tanto por la autoridad civil como eclesiástica, al ser competencia de ambas jurisdicciones.

Es así como se crea la Casa de Recogidas de Cádiz, en el número 34 de la calle Ancha, junto a la Iglesia de San Pablo. Una vez que las mujeres se arrepentían del pecado de la prostitución, el siguiente paso era su educación. Para ello, en 1773, el gremio de barberos creó la Hermandad de Nuestra Señora del Amparo, que se encargaría no solo de instruir a las arrepentidas, sino también de cuidar a las niñas huérfanas. Sin embargo, ambas debían permanecer separadas.

Con los años, la Casa de las recogidas logró acumular tres propiedades que generaban ingresos a través de once censos, cinco patronatos de obras pías y siete acciones valoradas en dos mil reales cada una en el Banco Nacional de San Carlos. Con estos recursos se cubrían los salarios de una ama, una maestra, un sacristán, una cocinera, un mozo y un basurero. A pesar de ello, la institución siguió dependiendo de donaciones, especialmente en el último cuarto del siglo XVIII.

Como ordenara Jacinta, el acogi­miento de prostitutas estaría al mando de las madres filipenses hijas de María Dolorosa que siguieron hasta 2007 con su labor asistencial en la calle Ancha pasando su lugar a la calle Cervantes. 

Generosa y devota, dedicada por completo a la causa de las mujeres desfavorecidas, a quienes asistió hasta el final de su vida. Falleció en Cádiz en 1699, a la edad de 80 años.