Hay un momento, pocos años después del tratado, en el 199 a.C., en que las relaciones entre Gades y Roma atravesaron por una época de tirantez. Hispania pasaba por entonces sus primeros trámites de reorganización administrativa, sin que los gobernadores romanos fuesen fiscalizados en su labor.
Los múltiples abusos cometidos llevaron a una insurrección general en el 197 a.C., y uno de ellos debió ser el envío, dos años antes de la revuelta definitiva, de un prefecto romano a la ciudad para supervisar la labor de los magistrados locales, e incluso exigir cierta tributación, iniciativas ambas de las que Gades había quedado exceptuada en el tratado anterior.
La gallardía y seguridad en sí misma quedó demostrada con el envío de una delegación a Roma, recibida en el Senado, a quien hubo que recordar la fidelidad tradicional de la metrópoli gaditana a la causa romana.
En esto fue Gades un poco portavoz de la Bética, y no fue esta la única vez, porque, más tarde, a mediados del siglo I a. C, le buscó otro disgusto al cuestor Valerio Flaco, por abusar más de la cuenta de las competencias de su cargo. Desde luego, aquellos gaditanos de entonces, patricios en la sabiduría, e intrépidos y con amplia capacidad de iniciativa para el comercio, nunca se sintieron coaccionados ante un poder político superior, teniendo además la suficiente finura y tacto diplomático para encontrar siempre fuertes valedores en Roma.
Hasta el 78 a.C., no hay acontecimientos destacables en la evolución política del estatuto administrativo de Gades. Sabemos por Cicerón que, en aquellas fechas, el antiguo tratado de Gades con Roma, surgido en un momento de indudable inestabilidad e inseguridad, fue no sólo concluido en algunas cláusulas que es probable que, con los apremios del 206 a.C., hubiesen quedado poco claras o incompletas, si no que también fue renovado. Pero, en esencia, las dos partes siguieron reconociéndose los mismos deberes y derechos.
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