No dejan de ser curiosas las noticias del establecimiento de los vigilantes nocturnos llamados "serenos" en Cádiz. En varios puntos de Europa estaban funcionando desde fines del siglo XVIII, pero en esta ciudad era institución desconocida hasta que la planteó Don Felipe de Freyres, gobernador militar y político y subdelegado especial de política en esta plaza, el veinte de septiembre de 1830.
Desde el 11 de Octubre de ese mismo año empezaron a ejercer sus destinos los nombrados en número de cincuenta, que se distribuyeron por todos los barrios, cesando desde ese día los guardas o vigilantes particulares que por falta de serenos costeaban para sus calles algunos comerciantes o propietarios.
Su obligación era anunciar las horas con frecuencia por las calles de su demarcación respectiva, asegurar el tránsito a las personas, e impedir riñas y homicidios, fracturas de puertas o ventanas, escalamientos de casas, conducción de cajas, fardos o bultos. Evitar gritos, carreras y escándalos por embriaguez, y en fin, todo lo que pudiera turbar el reposo de los vecinos.
Para defensa de sus personas iban armados de un chuzo y dos pistolas, un pito y un farolillo. En el invierno usarían para abrigo un poncho de paño con capucha.
De 15 de mayo a 15 de septiembre, saldrían a las once de la noche y en los demás meses a las diez, debiendo retirarse al toque de diana.
Después de un algo prolongado toque de pito, anunciaban la hora y el estado del tiempo sin usar de otras palabras que las precisas al intento, y repetían el anuncio en cada calle el número de veces que fuese suficiente para que se oyere en todas las calles.
El salario de cada sereno era de seis reales vellón diarios. Los vecinos podían contribuir al gasto con donativos. Lo que faltare para cubrir el importe, se supliría por la policía con el fondo de la contribución domiciliaria para el alumbrado.
El nombramiento de los serenos, correspondía a la autoridad militar. No se exigía que los aspirantes fuesen licenciados del ejército, y eso que aquellos tiempos eran de despotismo y un general quien los mandaba. Los liberales variaron esta libertad de elección en sujetos honrados y a propósito.
En vez de Comandante y segundo Comandante, mandaban a los serenos dos celadores que tenían la dotación de 15 reales diarios. Uno a las oraciones en una casilla cerca de la Plaza de San Antonio entregaba las armas y proveía de aceite a los serenos, y el otro al romper el día se presentaba en la misma casilla para recibir las armas y el parte verbal de lo que en la noche hubiere ocurrido digno de ser sabido por la autoridad.
Una figura que se convirtió en casi imprescindibles para los vecinos.
ResponderEliminarUn trabajado e interesante artículo, enhorabuena por el bloc.